domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 34

 —¿Quién dice que haya renunciado? —preguntó Pedro, de pronto, a la defensiva.

—Algo te pasa. ¿Qué es?

 Pedro sabía que no serviría de nada engañar a su gemelo. Marcos lo conocía demasiado bien y no se rendiría hasta sacarle la información que quería.

 —Paula.

—Estás colgado por ella —adivinó Marcos.

Pedro meneó la mano, como quitándole importancia.

 —¿Qué has estado fumando?

—Ya te has puesto otra vez a la defensiva —señaló Marcos—. Otra señal de que algo está cambiando en tí.

—Estás loco.

—No, tú lo estás. Tienes que aprovechar la oportunidad. Puede que sea la mujer adecuada.

—¿Adecuada para qué?

—Para domar al fin a mi indómito hermano.

 —De ninguna manera —negó Pedro—. Me gusta no echar raíces.

—Cuanto más te resistas, más caerás —bromeó Marcos.

 A Pedro no le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación. Era hora de dejar las cosas claras.

—Incluso aunque estuviera interesado en Paula, que no es así, no soy de los que se comprometen.

—¿Dónde habré escuchado eso antes? —dijo Marcos y chasqueó los dedos—. Ah, sí. Nuestro hermano mayor Nicolás lo dijo justo antes de conocer a Karina. O, tal vez, fue después de conocerla. Juró una y mil veces que no era el tipo de hombre que pudiera tener una relación seria. Era igual que tú, un alérgico al compromiso.

—¿Y qué me quieres decir con eso?

—Que está casado y prepara su luna de miel. Yo nunca lo había visto tan feliz.

—Vuelvo a preguntártelo. ¿Qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó Pedro, sabiendo que se arrepentiría de haberlo preguntado.

—Sólo lo comentaba.

Paula podría ser la mujer adecuada para tí—repitió Marcos y sonrió—. Nunca digas nunca jamás.

 No había manera de ganar aquella discusión, así que Pedro no lo intentó. No importaba lo mucho que le hubiera gustado besar a Paula ni lo mucho que le gustara ella. Era obvio que el sentimiento no era mutuo. Aunque él juraría que la atracción sí lo era. ¿Se estaría equivocando? ¿Se estaría dejando engañar de alguna manera?  No había modo de dar respuesta a esas preguntas.  El mayor problema era encontrar una forma de acallar su deseo, pues le quedaban dos semanas más de servicio a la comunidad. En ese tiempo, podían pasar muchas cosas.  Y no quería que pasara nada. Con Paula, no. Prefería caminar descalzo sobre cristales rotos que hacer cualquier cosa que pudiera lastimarla.

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