lunes, 12 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 19

Era sólo una intuición, se dijo Paula. Ella sabía bien lo que era estar en apuros. La gente buena del pueblo había ayudado a su familia a sobrevivir durante una situación más difícil de lo que cualquiera podía imaginar. Y, por experiencia, sabía que la compasión siempre era apreciada.

—Acabo de contratar a Ailén  para reemplazar a Brenda—informó Ludmila.  —Bienvenida a la familia de The Hitching Post —dijo Paula—. Te presento a Francisco Walters, mi amigo y uno de nuestros mejores clientes.

—Me gusta la hamburguesa bien hecha —señaló Francisco con tono amistoso.

—Sólo tienes que poner «para el maniático» en el pedido y el cocinero ya sabrá para quien es —bromeó Ludmila.

—Gracias por la información —dijo Ailén.

—De nada —contestó Francisco y la observó con atención—. Pero no te daré propina si el servicio no es bueno.

—Francisco, no seas malo —le reprendió Ludmila.

—Nada de malo. Es la verdad.

—Está bien —señaló Ailén—. Prefiero la verdad antes que vivir con una mentira.

Paula percibió una chispa de intensidad en sus palabras, pero pensó que se debería a sus nervios por empezar un trabajo nuevo.

—¿Has sido camarera antes, Ailén?

—Estoy muy agradecida por poder probar. Ludmila va a darme una oportunidad y me esforzaré mucho para no decepcionarla —comento, sin responder a la pregunta en realidad—. ¿Cuánto tiempo llevas en Thunder Canyon, Paula?

Paula se dió cuenta del giro que la otra chica le había dado a la conversación, pero no dijo nada al respecto.

—Toda la vida. Nací aquí.

—Vaya, debes de conocer a todo el pueblo — aventuró Ailén, jugueteando con la punta de su coleta.

 —Conozco a muchas personas.

—Estábamos hablando de una de ellas cuando habéis llegado —señaló Francisco—. De Pedro Alfonso, vaya tipo.

—No me lo han presentado. ¿Lo conoces bien? —preguntó Ailén a Paula, de nuevo con cierta intensidad en sus palabras.

Si haberlo besado significaba conocerlo bien, Paula lo conocía. Pero eso no era algo que quisiera compartir con amigos y, menos aún, con una extraña.

—Iba un curso por delante de mí en el instituto.

—Mantente alejada de él —advirtió Francisco.

—¿Por qué? —quiso saber Ailén.

—No es tan malo —opinó Ludmila—. Es sólo una persona con mucha energía.

—Puedes llamarlo energía —refunfuñó Francisco—. Yo lo llamo problemas.

 —¿Por qué? —volvió a preguntar Ailén.

A Paula no le pasó desapercibido el interés que la joven mostraba por Pedro y se preguntó a qué se debería, intentando no sucumbir a los celos.  Ésa era otra buena razón para haberlo despedido. Sacaba lo peor de ella.

—No importa —dijo Paula—. Vive en Los Ángeles y no se quedará mucho tiempo.

—No era mi intención interrumpir tu almuerzo, Francisco —comentó Ludmila y sonrió—. Sólo quería presentarles a la chica nueva.

—Estoy deseando trabajar contigo —dijo Paula con sinceridad.

—Lo mismo digo. Encantada de conocerlos a los dos.

Mientras se alejaban, Paula observó a la recién llegada. Tenía una figura alta y esbelta. Había hecho muchas preguntas pero, tal vez, sólo había sido para resultar sociable y para tener algo de qué hablar. Después de todo, hablar era el fundamento indispensable para construir una amistad. Era una manera de comunicar sentimientos. Ella misma lo había hecho con Augusto,  cuando había intentado averiguar cuál era su problema para poder ayudarlo.  Era curioso eso de compartir los sentimientos, pensó. Ella acababa de hacerlo con Francisco  y no se sentía ni un poco mejor. Seguía dándole vueltas al hecho de haber despedido a su encantador voluntario.  Pero la verdad era que Pedro no había cambiado en absoluto. Francisco tenía razón cuando decía que era problemático. Él era capaz de romperle el corazón sin apenas enterarse. Despedirlo había sido lo mejor. Para ella.  Porque estaba empezando a ansiar verlo todos los días y eso no podía hacerle ningún bien.

Después de pasar una noche horrible, soñando con besar a Pedro,  condujo al pueblo con Augusto. Tenía que hacer un turno en The Hitching Post pero, mientras, no podía ordenar al adolescente que se sentara en una banqueta a colorear dibujos para no perderlo de vista. Como Augusto le había recordado, no era un bebé y ella no era su madre. Después de eso, el muchacho se había ido. Ella esperaba que no se metiera en problemas.  Cuando su turno terminó, Paula se dirigió a Raíces pensando que el equipo básico ya estaba listo. Esperaba poder poner algunos cuadros en la pared para darle más personalidad al espacio, pero lo haría cuando tuviera tiempo. Sólo faltaban unas semanas para que empezara el colegio y, con la crisis, cada vez había más jóvenes con las manos vacías y nada que hacer.  Llave en mano,  se preparó para abrir la puerta, pero miró por la ventana y vió a un grupo de chicos dentro. ¿Cómo habían entrado? Se suponía que no debía haber nadie allí sin supervisión adulta.  Entró, intentando mantener la calma.

—Hola.

—Hola —respondió un coro de voces.

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