viernes, 16 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 23

—Planeta Tierra llamando a Pedro.

Pedro miró a Sergio.

—¿Has dicho algo?

—Sí —afirmó Sergio y siguió la mirada de su amigo, asintiendo—. ¿Qué te pasa?

—Nada. Soy el mismo de siempre.

—Si eso fuera verdad, hace días que te habrías ido, dejando en el lodo a unas cuantas mujeres de Thunder Canyon. Pero estás aquí sentado. No te lo tomes a mal, pero ¿Por qué sigues en el pueblo?

—Tiene razón —comentó Pablo y se terminó la cerveza—. ¿Qué pasa contigo?

—¿Están todos bien en tu familia? —preguntó Adrián.

—Sí. Todos, bien.

—Entonces, no lo comprendo. Sobre todo, no entiendo que estés trabajando en el programa para adolescentes de Paula Chaves—señaló Sergio.

Así eran los pueblos pequeños. Por supuesto, se había extendido la noticia de que estaba trabajando en Raíces, se dijo Pedro. No tenía por qué seguir ocultándoles el resto a sus amigos.

—De acuerdo. Me han pillado. Les  haré un resumen. Por culpa de varias multas por exceso de velocidad, me han quitado el permiso de conducir y me han sentenciado a un mes de servicio a la comunidad. Lo estoy haciendo en Raíces y, cuando termine a finales de agosto, me devolverán el carnet.

—Y te irás —adivinó Adrián, sin preguntar.

—Sí. Me iré.

 Sin querer, Pedro volvió a buscar a Paula con la mirada. Estaba apoyada en la barra, hablando con el camarero. Con la cola de caballo que llevaba, no parecía tener edad suficiente para beber alcohol ni, muchos menos, servirlo, pensó y deseó que la sonrisa de ella fuera para él. Imaginó tomarla por las caderas y apretarla contra su cuerpo. Pero eso no iba a pasar, se dijo, pues ella no lo respetaba y pensaba que él no era capaz de comprometerse.  Miró a sus amigos.

—Sí, me iré de aquí.

—Entonces, tomemos otra ronda mientras podemos —dijo Pablo y levantó la mano para llamar a Paula.

Segundos después, Paula sorteó el laberinto de mesas y se detuvo junto a Pedro, mirando a sus compañeros.

—¿Qué quieren, chicos?

—Otra ronda de cervezas —pidió Sergio.

—Enseguida.

Pedro reconoció la dulce fragancia de su piel flotando sobre el olor a hamburguesas, patatas y cerveza que impregnaba el lugar. Era como si ella emitiera en la frecuencia adecuada para revolucionarle las hormonas. También podía sentir el calor de su cuerpo, pues sólo unos milímetros los separaban. Estaban tan cerca que él casi no tendría que moverse para tocar la boca de ella con la suya.

—Esto es como un déjà vu —comentó Sergio.

—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó Adrián.

—Es como en el instituto —respondió Sergio, como si eso lo explicara todo.

Paula  frunció el ceño.

—No sé los demás, pero yo no bebía cerveza en el instituto.

Claro que no, pensó Pedro. Ella no rompía las reglas. Y eso le resultaba muy atractivo, sobre todo cuando recordaba la forma apasionada en que ella le había devuelto el beso años atrás.

 —No se enterarían de nada —dijo Sergio.

—¿Estás hablando en clave? —replicó Adrián.

 —De acuerdo. Lo explicaré —señaló Sergio con paciencia—. Pedro, al verlos a Paula y a tí juntos, me acuerdo de la fiesta benéfica para el equipo de fútbol que celebramos en el instituto. ¿Se acuerdan?

Adrián chasqueó los dedos.

—Sí. La fiesta sigue haciéndose todos los años. Me acuerdo del puesto de los besos. Sigue siendo la principal atracción.

—Es verdad —dijo Pablo—. Ahora me acuerdo.

Paula estaba recogiendo los vales y Pedro la besó. Nadie estaba seguro de cómo fue, pero todos estábamos de acuerdo en que debían quedarse a solas.

—Es verdad —señaló Pedro, fingiendo que acababa de recordar el incidente.

Aquello había pasado hacía seis años. Él había ido a pasar el verano al pueblo después de su primer año de carrera. El carnaval era una gran fiesta y el dinero recaudado iba a destinarse al equipo de fútbol. Él había creído que Paula se había ofrecido voluntaria para dar los besos en el puesto de venta de besos. Le había entregado su vale, la había tomado entre sus brazos y la había besado hasta que el mundo había desaparecido a su alrededor.  Todavía podía recordar los pequeños gemidos de ella y su expresión atónita cuando sus labios se habían separado.  En ese momento, sin embargo, lo único que vió en sus ojos fue confusión y un poco de pánico.

—No lo recuerdo —mintió Paula.

Sus amigos rieron.

—Entonces, el poder de seducción de Pedro no es tan legendario como creíamos —comentó Sergio, sonriendo.

—¿En serio? —preguntó Pedro y la observó—. ¿No recuerdas el carnaval?

—Claro que sí. Hay uno todos los años. Pero no recuerdo haberte besado.

—Lo siento, compañero, eso debe de doler —dijo Pablo con gesto compasivo.

—Ha sido muy divertido el viaje al pasado, pero ahora tengo que irme — indicó Paula, mirando a su alrededor en el bar.

 Cuando se hubo ido, los amigos de Pedro siguieron burlándose de él y diciéndole que había perdido su gancho especial con las mujeres. No fue eso lo que hizo que él la siguiera, sino que sabía que doña perfecta estaba mintiendo.  En la barra, Pedro le tomó a Paula la bandeja de las manos y la dejó sobre la mesa. Cuando ella iba a protestar, le agarró la mano y tiró con suavidad.

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