domingo, 4 de junio de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 56

—Supongo... que fue por Horacio —suspiró y abrió una de las cartas—. Sé que te has enterado de los rumores. Pero Horacio y yo nos queríamos mucho,aunque suene mal.

—¿Mal?—su voz se tornó ronca.

—Claro —alzó la cabeza—. Estaba casado, Pau. Y eso también significaba mucho en esos tiempos. El divorcio no era fácil para nadie. Y yo sólo era un adolescente y no sabía muy bien qué quería en la vida.

—¡Una adolescente! —no pudo evitar alzar la voz pero su madre estaba tan absorta en las cartas, que no le prestó mucha atención.

—Sí, tenía diecinueve años —recordó la señora y Paula se quedó con la boca abierta—. Y Horacio  tenía treinta y siete años, casi me doblaba en edad.

Paula sentía que empezaba a sudar por la tensión, pero ya no podía dar marcha atrás. Tenía que saber si su abuela había mentido o no. Tenía que saber si ella era la hermana de Pedro o no.

—¿Y... qué pasó? —trató de actuar como lo haría cualquier hija frente a la vida privada y secreta de su madre.

Y Alejandra miró al espacio.

—¿De veras quieres saberlo?

Paula confesó que sentía algo de curiosidad, pero hundió las uñas en la colcha de la cama. No tenía curiosidad, estaba desesperada por saber la verdad.

—Bueno, Horacio no se divorció, como bien lo sabes —susurró Alejandra—. Y eso fue lo mejor, en aquellas circunstancias.

—¿Qué... circunstancias?

—Bueno... —se alzó de hombros—. Ana descubrió que estaba esperando un hijo. Después de todos esos años, escogió ese momento para probar que seguía durmiendo con su marido.

—Entiendo —contuvo el aliento.

—Me pregunto si de veras lo entiendes.

—¿A qué te refieres?

—Yo también estaba embarazada —confesó.

Paula se quedó sin habla y Alejnadra bajó la cabeza.

—Ya sé, estás impresionada. Yo también lo estaría si mi madre me estuviera contando estas cosas, pero creo que eres lo bastante madura como para entender que uno no puede siempre controlar sus sentimientos. Como te dije, yo era una joven y Horacio era como su hijo... muy guapo.

—¿Y... qué hiciste? —preguntó atragantada.

—No tuve que hacer nada. Perdí al bebé a los tres meses, así que nunca hubo ningún problema. En cuanto a lo que hubiera hecho... supongo que me habría ido a otra parte a tenerlo y luego lo habría cedido en adopción. Ser una madre soltera no era algo tan aceptado entonces como lo es hoy día.

—Y... ¿el señor Alfonso?

—Horacio nunca se enteró. Una vez le escribí una carta, pero nunca la envié. Quise decírselo y me imagino que fue una tontería. Verás, él siempre quiso tener hijos y parecía que Ana no podía dárselos. Y luego, ella descubrió que estaba embarazada y yo perdí a mi bebé...

—Así que no le dijiste nada a nadie —Paula temblaba y se alegró de que su madre no lo notara.

—Sólo a tu padre —susurró—. Se lo dije antes de que nos casáramos. Verás, yo no era virgen y eso también importaba hace tiempo. Él me quería mucho y no le importó. Claro que tu abuelo no me hubiera perdonado de haberse enterado. Pero por suerte, todas estas cartas son de Horacio, dirigidas a mí, así que no encontró nada que me pusiera en evidencia en ellas.

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