viernes, 16 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 25

 La trabajadora social había sido muy generosa con sus sugerencias sobre cómo tratar con los chicos y cómo establecer reglas razonables.

—Ha sido muy rápido —comentó Paula, sonriendo.

Y había sido gracias a Pedro, pensó. Sólo de pensar en él se le aceleraba el corazón, aunque intentó ignorarlo.

—El mural está estupendo. ¿A quién has contratado para hacerlo?

—A mí.

Gabriela abrió los ojos como platos, sorprendida.

—No tenía ni idea de que tuvieras tanto talento artístico.

Paula se encogió de hombros.

—Daba clases de Arte en la universidad.

—Se nota —aseguró la otra mujer con mirada intensa—. Deberías considerar dedicarte a ello.

—Lo he pensado.

—¿Y?

—No será nunca más que un pasatiempo —comentó Paula—. Las empresas creativas requieren mucho tiempo y no dan muchos beneficios. Tengo facturas que pagar y una familia de la que ocuparme.

Gabriela asintió.

—Lo entiendo. Sin embargo, eres muy buena. No es que sea una experta, pero sé cuando algo me gusta.

—Gracias —dijo Paula y pensó que prefería cambiar de tema.

—He conocido a algunos chicos en el local —señaló Gabriela.

—A ver si lo adivino. Habrás conocido a Agustín, a Romina y a Javier —aventuró Paula.

Los cuatro solían acudir todos los días y parecía gustarles.

—Sí. Y algunos más. Ramiro, Tamara, Ezequiel y Daniela.

—Se está corriendo la voz. Vienen a conocer el nuevo centro —opinó Paula—. Deben de estar muy aburridos después de todo este tiempo de vacaciones.

—Entonces, lo has abierto justo a tiempo. Imagina lo que estarían haciendo sin Raíces —señaló Gabriela y dejó el tenedor en la mesa—. También he conocido a Pedro Alfonso.

Sólo de oír su nombre, Paula se puso nerviosa.

—Sin él, Raíces no podría abrirse hasta que yo saliera de trabajar. Les da a los chicos más tiempo para estar allí bajo supervisión.

 —Me ha hablado de la sentencia que lo obliga a prestar servicio a la comunidad.

Paula  levantó la vista, esperando que a Gabriela no le pareciera un problema.

—Es sólo temporal. No se quedará lo bastante como para ser una mala influencia para los chicos.

—No estaba poniendo en duda tu decisión.

Sin embargo, Paula sí lo hacía. Cada vez que veía a Pedro, el corazón se le aceleraba y apenas podía respirar. Necesitaba, con desesperación, sentirse neutral hacia él.

—¿No?

Gabriela negó con la cabeza.

—Cuando yo estaba allí, Pedro le estaba explicando a Ramiro por qué le habían ordenado prestar un servicio a la comunidad. Había roto las reglas y lo habían pillado. Es bueno para los chicos que alguien dé ejemplo de hacerse responsable de sus errores como un hombre.

Un hombre, sí, eso era Pedro. Paula pensó en sus anchas espaldas, en su musculoso pecho, sus fuertes brazos, su atractivo rostro… Era un hombre en toda regla.

—Me alegro de que te parezca bien que Pedro me ayude.

—Claro que sí —afirmó Gabriela, sonriendo—. Todos cometemos errores. Nadie es perfecto. Eso no significa que no puedas cambiar. Parte del crecimiento es admitir cuando te equivocas y hacerte responsable de tus actos.

Paula parpadeó.

—¿Estás diciendo que, a pesar de que infringió la ley, es un buen ejemplo para los jóvenes?

—No lo diría con esas palabras —explicó Gabriela—. Pero, sí. Si un hombre de negocios como Pedro Alfonso no está por encima de la ley, ¿Qué oportunidad tienen los adolescentes de saltarse las reglas y salir indemnes? Es rico, es poderoso y, aun así, está cumpliendo su sentencia. Eso da un mensaje muy positivo. Es una buena lección para los chicos.

No sólo para los chicos, caviló Paula. Pedro había intentado decirle que podía darles un punto de vista distinto, pero ella no había querido escucharlo. No hasta que lo había visto hablar con Augusto y los demás. La verdad era que ella había estado buscando excusas para echarlo, cuando lo único que quería era evitar que le rompiera el corazón de nuevo. Al final, abrir Raíces había tenido prioridad sobre sus sentimientos.

—Ha sido de mucha ayuda —admitió Paula.

—Otro punto a su favor es que es atractivo —comentó Gabriela  con una sonrisa de aprecio.

A Paula no le sorprendió cuando, una vez más, sintió celos.

—No me había dado cuenta —mintió Paula.

—¿Bromeas?

Paula se sonrojó cuando se dio cuenta de que, por segunda vez en dos días, la habían sorprendido mintiendo. Pedro lo había adivinado cuando ella había afirmado que no recordaba el beso. Sin embargo, todavía podía revivir el momento en que sus labios se habían tocado. No había sido su único beso, pero ningún otro había conseguido hacerle subir la temperatura y acelerarle el corazón como el de Pedro. Además, había soñado miles de veces con repetirlo.  Le había acusado de no querer reconocer que había atracción entre ellos, y había tenido razón. No quería admitirlo. No tenía sentido hacerlo, aunque fuera verdad. Sólo haría las cosas más difíciles cuando él se fuera.  En ese momento, Gabriela acababa de acusarla, también, de no decir la verdad.

—Bueno, está bien —aceptó Paula—. Me he dado cuenta. Es guapo.

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