domingo, 4 de junio de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 60

Se dijo que lo superaría. Había superado perder a Pedro antes. El problema era que tenía más edad y sentía todo con mayor intensidad. Y sabía que el tiempo no cura todas las cicatrices. Que algunas heridas son demasiado profundas como para sanar. Y Paula intuía que poner de por medio más de cinco mil kilómetros no iba a ayudarla otra vez. Sus padres lamentaron verla irse, pero pensaron que su hija amaba a David y ella no los había desilusionado. No quería dar explicaciones: Se sintió aliviada por no volver a ver a Pedro antes de irse. Se preguntaba si, habría tenido la fuerza de despedirse de él o habría sucumbido a la debilidad que le provocaba amarlo. Ella y David se marcharon un día después de que con su madre tuvieran aquella charla en la habitación de la abuela.Entró en su habitación y se quitó los zapatos y la ropa antes de entrar al baño. Tenía calor y estaba cansada e iba a seguir el consejo de Adriana y descansar. Necesitaría toda su energía para enfrentarse a David esa noche. Logró dormir un poco y al despertar se sintió más descansada para escoger algo atractivo qué ponerse. Cuando David llamó, abrió de inmediato. Llevaba puestos unos pantalones anchos de seda azul. El pelo, suelto sobre los hombros le daba un aspecto joven y llamativo. Sólo sus ojeras traicionaban su conflicto interno.

—Por fin —comentó David, secamente—. Creí que te había ofendido.

—¿Qué? —se dió tiempo para pensar en una respuesta—. No, ¿Por qué? Te dije que he estado muy ocupada.

—¿Ah, sí? —David se detuvo en mitad de la sala, cruzado de brazos.

Paula se preguntó al verlo, si, no había estado buscando a un hombre que fuera el opuesto de Pedro. Era cierto que los dos eran altos, pero era el único parecido. Pedro tenía hombros anchos y era muy musculoso y David era delgado y un tanto atildado y rubio.

—Bueno, no precisamente —confesó Paula. No quería decirle todavía que no quería volver a verlo—. David, hay algo que debo comentar.

—Vaya, estoy seguro de que será una sorpresa —comentó con ironía—. ¿No puede el condenado tomar un trago antes de ser decapitado?

—No sé... a qué te refieres—se ruborizó.

—Por favor, Paula, no digas eso —la miró con aspereza—. Tendría que ser un tonto para no notar que no has querido verme desde que volvimos de Inglaterra. Sin embargo, estás enamorada de otro. ¿Por qué no me dices de una vez por todas quién es?

—Oh, David —Paula se sintió muy mal y le sirvió su licor preferido—. Voy a echarle de menos.

—¿De veras? —tomó un sorbo, pensativo—. ¿Tiene que ser así?

—¿Qué? —Pues nosotros, el hecho de que ya no nos veamos —explicó—. Me gustaría que siguiéramos siendo amigos.

—¿De veras? —parpadeó, perpleja.

—¿Por qué no? Puede ser que te canses de este nuevo galán, quienquiera que sea. Y me gustaría estar cerca de tí cuando suceda.

—Ah —negó con la cabeza—; No estoy viendo a ningún hombre.

—¡No puedes hablar en serio! —la miró fijamente.

—Sí, hablo en serio—tragó saliva.

—Pero, entonces, ¿Por qué...? —estaba atónito.

—Es una larga historia —se alejó de él y se abrazó—. Amo a otro hombre; vive en Inglaterra. Pero está casado y no puede divorciarse.

—¿El hombre del que huiste para venir a Nueva York? —sugirió David, astuto. La vió asentir—. Entiendo.

 Se hizo el silencio durante un momento, mientras David bebía. Paula trató de recuperar la compostura. La había sorprendido mucho ser tan transparente, pero se alegraba de ello pues así no tuvo que dar explicaciones. La actitud de su amigo la hizo sentirse un poco mejor.

—Sabes —se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla—, eres uno de los hombres más amables que he...

Y fue cuando sus labios rozaron la mejilla de David, cuando vió a Pedro. Éste estaba de pie en el umbral de la puerta principal y ella se dió cuenta de que no había cerrado con llave. El sentido común le dijo que estaba alucinando. Pedro no podía estar en Nueva York, en su departamento. Lo que  veía era un producto de su imaginación.

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