domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 30

 —Mira —dijo él—. Respecto a lo que ha pasado…

—Hola —saludó Ailén Castro, presentándose ante ellos con una sonrisa—. Parece que os gusta este sitio, ¿Eh?

Paula apreciaba el buen humor como todo el mundo, pero ese momento no era adecuado.

—Quiero un té helado y el plato especial de hoy. Y tengo un poco de prisa. Tengo que volver a Raíces.

—Para mí, lo mismo —pidió Pedro  y le entregó la carta a la camarera, sin mirarla. No apartó los ojos del rostro de Paula. Cuando estuvieron solos de nuevo, prosiguió—: Es obvio que no querías que te besara.

No podía estar más equivocado, pensó Paula. Había deseado ese beso más que nada.

—Olvídalo —pidió ella.

—Creo que deberíamos hablar de lo que ha pasado.

 —De acuerdo —aceptó Paula, pero sólo porque él no iba a darse por vencido—. Yo estoy ocupada con el proyecto para los jóvenes y tú con tu negocio —afirmó, forzándose a mirarlo, y se encogió de hombros—. No es un buen momento.

—Estás huyendo, Paula. Estás escondiendo la cabeza en la tierra.

—No sé de qué me hablas.

—Estás mintiendo otra vez. Pero dejémoslo por ahora —comentó él con gesto socarrón—. Sabes, cuando entierras la cabeza en la tierra, dejas el trasero expuesto…

—No estoy haciendo eso —protestó ella—. Sólo soy realista.

Antes de que Pedro pudiera seguir acorralándola, Ailén llegó con sus comidas.

 —Si necesitan algo más, diganmelo —ofreció Ailén y se alejó de inmediato.

 Paula consiguió esquivar la conversación, pero eso no hizo que los treinta minutos siguientes le resultaran más cómodos. Era una situación bastante desagradable. Ella habló de todo, desde el tiempo a la política y Marlon le pidió unos diseños de bolsos para crear una nueva línea en PA/TC. Nunca se había sentido tan molesta en toda su vida. Se limitó a juguetear con la comida hasta que, al fin, les retiraron los platos.

—¿Puedes traernos la cuenta? —le pidió Paula a Ailén.

 —Claro —respondió la camarera, sacándose el recibo del bolsillo.

—Me gustaría pagarlo a medias —dijo Paula.

—No. Yo pago —protestó Pedro.

—Yo pagaré mi parte —insistió ella.

—Iré a preguntar cómo se hacen dos cuentas por separado mientras ustedes lo discuten en privado — señaló Ailén y se alejó.

—Insisto en pagar la cena. Fue idea mía —dijo Pedro.

—No importa quién lo propuso. Quiero pagar mi parte —repitió Paula, sacó su monedero y dejó un billete sobre la mesa—. Dile a Ailén que se quede con el cambio.

Paula se levantó y se fue. Cuando no escuchó pisadas detrás de ella, se sintió, al mismo tiempo, aliviada y decepcionada.  Esa noche había sido una prueba evidente de que el enamoramiento que había sentido hacia Pedro hacía años no había muerto, pensó. Eso no había cambiado.  Pero ella sí había cambiado. Era mayor, más sabia y sabía que era mejor no albergar esperanzas respecto a él. Por eso, ante todo no debía dejar sus sentimientos al descubierto. Tal vez estaba enterrando la cabeza en el suelo, pero era la mejor manera de soportar el vendaval y cobijar su corazón.  No dejaría que él la lastimara de nuevo, se prometió.

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