lunes, 26 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 59

—Imbécil. Te aprovechaste de su buen corazón. Te quedaste en su casa. Ella te dió de comer y cuidó de tí. Utilizaste su programa de ayuda para jóvenes, algo que lo es todo para ella, como si fuera tu propio club social. Por razones completamente egoístas. Pero en cuanto la cosa se puso un poco difícil huiste como un corderito asustado. Te fuiste sin decir palabra como un niño malcriado —le increpó Pedro y dió un paso hacia él—. Has preocupado a Paula. No me gusta verla preocupada.

—Paz y amor —dijo Augusto y esbozó una v en su mano con los dedos índice y medio—. Pensé que lo mejor que podía hacer era irme.

—¿Mejor para quién?

—Para Paula.

—Eres un imbécil, te lo repito. Te portaste como un gallina porque no te atrevías a enfrentarte a ella.

—Ella me dijo que debía portarme como un hombre.

—Y malgastó su saliva, al parecer —le acusó Pedro.

La expresión del chico parecía delatar su rendición. Entonces, algo dentro de Pedro le dijo que estaba descargando su propia frustración con el muchacho. Respiró hondo para calmarse.

—Mira, tío… —comenzó a decir Augusto y se interrumpió—. Quiero decir, Pedro. No quería preocuparla. Pensé que se sentiría aliviada cuando me fuera.

—Te equivocaste —replicó Pedro, un poco menos furioso al darse cuenta de que el chico estaba arrepentido por sus acciones.

—Ahora lo sé. Me disculparé con Paula antes de irme.

—¿Qué?

 Pedro no estaba seguro de si sentirse furioso o sorprendido. ¿Qué haría Paula en esa situación? Tal vez preparar galletas y convencer a Augusto con un toque tan sutil que el chico ni se daría cuenta. Conectar con la gente era una de sus cualidades. Para ella era sencillo como aquel beso que, hacía seis años, a él le había cambiado la vida.

—¿Tienes sed? —preguntó Pedro al fin.

Con cautela, Augusto asintió.

—Pero, quizá, debería irme a buscar a Paula…

—Es buena idea. Pero también es mejor que me digas a mí primero lo que pretendes decirle a ella. Iré a por un par de refrescos —dijo Pedro y lo señaló con el dedo—. No te muevas.

—Bueno —dijo Augusto y se sentó en el sofá.

Cuando Pedro regresó con las bebidas, el chico no se había movido. Le entregó a Augusto una lata fría y se sentó en la silla que había a su lado.

—Bueno. Sabemos por qué te fuiste de Thunder Canyon —comenzó a decir Pedro, abriendo su refresco—. ¿Adónde fuiste?

 —A Helena —respondió Augusto y abrió su bebida. Le dió un largo trago.

¿Helena? ¿Qué diablos…?

  —¿Por qué allí? —preguntó Pedro, conservando la calma.

—Allí vive mi primo.

—Y, cuando te escapaste de tu casa, ¿Por qué no fuiste con tu primo desde el principio en vez de a Thunder Canyon?

—Él se lo habría dicho a mis padres y entonces yo no pensaba volver a casa.

—¿Quieres hablar de ello?

—En realidad, no —negó Augusto y esbozó una pequeña sonrisa—. Pero Paula dice que hablar es una buena forma de arreglar las cosas.

—Deberías seguir su consejo —señaló Pedro.

 Augusto asintió.

—Había una chica… Estefanía.

—Una mujer. ¿Por qué no me sorprende? —dijo Pedro y bebió otro trago para dejar de hacer comentarios innecesarios—. Continúa.

—Es animadora. Una verdadera monada. Muy sexy —explicó Augusto y miró a Pedro a los ojos para asegurarse de que lo estaba entendiendo.

—Soy viejo, pero la fantasía con una animadora es un clásico para hombres de todas las edades —señaló Pedro con tono socarrón.

Augusto sonrió, pero su sonrisa se desvaneció enseguida.

—Me dejó. Y lo puso en su página de Facebook. Todo el instituto estaba al corriente.

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