viernes, 23 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 48

 Tenía razón, pensó Paula. Las lágrimas se le saltaron de emoción por su maravillosa amiga. Se sintió un poco menos sola, al comprobar que alguien en el mundo la comprendía.

—Te echo mucho de menos —dijo Paula y le apretó la mano a su amiga—. Me gustaría que pudiéramos hablar más a menudo.

—Bueno, volveré a Thunder Canyon en vacaciones. Nos veremos entonces.

Paula  deseó que su próxima visita hiciera cambiar a Verónica de opinión y decidiera mudarse. Ella iba a necesitar su consuelo cuando Pedro volviera a su vida habitual en Los Ángeles, llevándose su corazón con él.

—Te haría bien cenar algo, Paula.

Pedro estaba apoyado en la puerta del dormitorio de Paula. Se habían pasado toda la tarde buscando a Augusto. Habían hecho llamadas, habían repartido copias del retrato por todo el pueblo y habían dado vueltas en coche para ver si lo veían. Pero había comenzado a hacerse tarde y él se había dado cuenta de que ella estaba muy cansada. El viaje de regreso conduciendo a Thunder Canyon habría sido demasiado pesado. Y, sin permiso de conducir, él no podía llevar el volante.  Al fin,  había decidido reservar dos habitaciones para pasar la noche en un hotel. Y, cuando ella no se lo había discutido, había estado seguro de haber acertado.  Después de ir al supermercado local para comprar cosas de primera necesidad, había ido a la habitación de Paula para convencerla de que pasar hambre sólo le haría daño y no le ayudaría a encontrar al chico.

—No me parece correcto —dijo ella al fin.

—¿Temes divertirte? —le retó él.

—Claro que no…

—Entonces, ¿Es porque no quieres estar conmigo?

—No es eso, es sólo… — comenzó a explicar ella y se interrumpió, bostezando.

Pedro sí quería estar con ella. Le gustaría que la razón de su viaje hubiera sido otra y que ella no estuviera tan agobiada. Quiso hacerle olvidar el peso de la responsabilidad, aunque sólo fuera un momento.  Él entró en la habitación, que era un duplicado de la suya. Había una cama de matrimonio cubierta con una colcha con estampado azul y verde. Las paredes eran de color crema y había dos mesillas oscuras a ambos lados de la cama. Había un baño a la derecha de la puerta. Era una habitación de hotel típica.  Lo sabía bien. Había recorrido medio mundo durmiendo en hoteles, solo. Pero tener a Paula en la habitación de al lado era diferente. Quería hacer algo por ella e invitarla a cenar le pareció una buena idea.

—¿Qué pasa, Pau? —preguntó él de nuevo—. No puedes hacer nada más esta noche. Hemos dejado nuestros números de móvil en todas partes. Si alguien tiene información sobre Augusto, llamará. Descansemos un poco.

 Ella parecía estar librando una batalla consigo misma. Al final, lo miró.

—¿Es ésta una de esas veces en que no aceptas un no por respuesta?

—¿Te has dado cuenta de que hago eso a veces?

—No es un secreto. Salta a la vista —replicó ella y meneó la cabeza—. Es por tu personalidad de vendedor.

—Lo sé —dijo él, sonriendo. La tomó del brazo y la guió fuera de la habitación—. A mí me gusta.

—Es muy irritante.

—Pero es parte de mi encanto —contestó él y, al final del pasillo, apretó el botón para llamar al ascensor.

—Puedes llamarlo encanto. Yo diría que eres cabezota e inflexible.

—Porque tú también lo eres. Mi madre lo llama perseverancia —señaló él y, cuando las puertas del ascensor se abrieron, entraron—. Ella dice que es una buena cualidad en un adulto, pero en un niño no tanto.

—Tu madre es muy inteligente.

 —He salido a ella.

 Al fin, con eso consiguió que Paula sonriera. Le había costado, pero merecía la pena, se dijo Pedro.

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