lunes, 19 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 38

Mientras los dos lo miraban fijamente, Pedro bajó la vista, sintiéndose como un adolescente que acabara de conocer a los padres de su novia. Debería cambiar de tema, pero una vez que había abierto la caja de Pandora, su curiosidad era demasiado fuerte.  Ludmila  se colocó la bandeja vacía debajo del brazo y miró a Francisco.

—No recuerdo que Paula haya salido con nadie. Al menos, no por aquí. ¿Y tú?

—No.

—En Thunder Canyon, no sale con nadie —repitió Ludmila—. Si lo hiciera, lo sabríamos.  Era lo que Pedro había sospechado. Pero su comportamiento cuando él la había besado le había hecho sospechar. Pasaba algo.

—¿Qué significa eso de que en Thunder Canyon no?

—Se fue fuera cuando empezó la universidad.

Pedro intentó recordar si conocía ese dato, pero no pudo. En ese momento, sin embargo, le pareció de vital importancia.

 —Sólo estuvo fuera un par de meses —continuó Ludmila y frunció el ceño al recordar esos tiempos—. Enseguida, su madre murió y ella tuvo que regresar para ocuparse de Delfina y Gonzalo. Pobrecilla.

 Eso lo sabía, pensó Pedro. Lo que quería era información sobre su vida actual. Estaba impaciente por hacerlos hablar, pero intentó ocultarlo.

—Ahora que lo mencionas, ¿No hablaba, a veces, de un tipo de la universidad? —comentó Francisco y untó sus tortitas con mantequilla y sirope.  ¿Un tipo? ¿De la universidad?

—¿Estaban… muy unidos? —preguntó Pedro, sin poder ocultar su ansiedad.

—Debían de estarlo, si Paula te habló de él — opinó Ludmila, mirando a Francisco.

—¿Pero nunca se lo presentó? —quiso saber Pedro, mirando a ambos e intentando dilucidar qué significaba todo aquello.

Francisco  tomó un bocado de huevo y masticó despacio.

—Si hubiera venido por aquí, lo recordaría. Pero no fue así. Y, créeme, a esa chica no le habría venido mal otro par de hombros para ayudarla a sobrellevar todo lo que se le había venido encima.

La imaginación de Pedro despegó a todo galope, llenando los vacíos. Paula había ido a la universidad y había salido con alguien. La tragedia había hecho que ella regresara a casa. Pero su novio no había estado con ella para apoyarla durante los peores momentos de su vida. La había desilusionado. Le había roto el corazón. Clavó el tenedor en su pila de tortitas.

—Ese bastardo no estuvo a su lado cuando más lo necesitó. Por eso, a ella debe de costarle mucho confiar en nadie.

 —Es lo mismo que pienso yo —afirmó Franciso, asintiendo—. Intenta ocultarlo, pero está muy triste. Demasiado. Le han hecho mucho daño.

 Y no quería arriesgarse de nuevo, adivinó Pedro.  Tenía sentido. Entonces,  había tenido que besarla. Igual que lo había hecho hacía años. La había besado en la fiesta del instituto. De forma repentina, la tímida y callada Paula Chaves había captado su atención. A él le había sorprendido la pasión que ella había dejado salir bajo la superficie y había querido conocerla mejor. Había planeado pedirle salir y ella había parecido ansiosa porque la llamara.  Al parecer, Ben Walters había estado al corriente de ello. Era increíble cómo corrían las noticias en un pueblo pequeño. A él le había molestado que Francisco lo hubiera reprendido y le hubiera advertido que no jugara con ella. Él había querido decirle al viejo que se ocupara de sus asuntos, pero luego había cambiado de idea y le había asegurado  que no causaría problemas. El viejo le había dicho que más le valía.  Lo miró a los ojos y supo que él estaba recordando lo mismo.

—Hace años… Mantenerme alejado de Paula fue lo mejor. Tuviste razón respecto a mí.

Francisco meneó la cabeza.

—No.

—¿Cómo? —preguntó Pedro, que había pensado que el viejo estaría de acuerdo.

—Ana y Horacio son buenos padres. Todos ustedes han crecido y se han convertido en buenos hombres.

 —No pensé que te gustara. Me honras con tu cumplido.

 —Pues no te vanaglories tanto —le reprendió Francisco—. No pretendo ser tu amigo, sólo soy sincero. En el pueblo dicen que has aceptado la responsabilidad de tus errores y que estás ayudando a los chicos en Raíces. Por no mencionar a Paula. Lo que decía es… que me equivoqué respecto a tí. Eres un buen hombre.

Eso debía decírselo a ella, pensó Pedro  sin mucha esperanza. Ella había sido lista al apartarse de él. Tenía reputación de mujeriego. Solía salir con mujeres que sólo querían divertirse y darse publicidad. Pero Haley era diferente. No era tan tímida y callada como antes, se había vuelto mucho más dulce, segura y sexy. Era una chica de las de todo o nada, se dijo. Y él cada vez se decantaba más por el todo, mientras que la segunda opción le parecía cada vez menos apetecible.  Paula tenía algo que le hacía sentir más fuerte, algo que él no podía ignorar. Pero ella había sufrido más que la mayoría de la gente sufría en toda su vida.  Lo último que quería era hacerle daño. Mientras siguiera en Thunder Canyon tenía que encontrar la fuerza de voluntad suficiente para dejarla en paz.

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