domingo, 11 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 16

—Hola —saludó ella, mirando al chico y a Pedro. La pelota de baloncesto estaba a sus pies, en el sofá—. ¿Qué ha pasado?

—Los viejos ganan —dijo Pedro con una sonrisa.

—¿Has ganado? —preguntó Paula, acercándose a ellos con gesto de sorpresa.

 —No sé por qué te sorprendes tanto.

—Yo estoy sorprendido, no puedo creerlo —murmuró Augusto.

—Ha sido pura suerte.

Pedro se quedó mirando los hermosos ojos castaños de Paula y no pudo evitar desear tener otra clase de suerte. Sin embargo, intentó no pensarlo. Ella no era la clase de chica con la que un tipo podía jugar y, sólo de pensarlo, él se sentía como un idiota.

—Estoy muy impresionada —comentó ella y miró a Augusto con intensidad—. ¿Has cumplido tu parte del trato?

—Tenía la esperanza de que me dejaras fregar el suelo y el baño en vez de eso —rogó el muchacho.

—Ni hablar. Llama a tu casa.

—No pienso decirles dónde estoy —señaló Augusto con tozudez.

—Nadie ha dicho que tengas que hacerlo. El trato era que les hicieras saber que estás bien. ¿Quieres usar mi móvil?

—No. No quiero que me localicen.

—A menos que trabajen para un departamento de elite de la policía y estén esperando a que llames, no creo que puedan localizar tu posición.

—Muy gracioso —repuso Augusto, conteniendo una sonrisa.

—Eso pensaba.

—Estoy esperando —dijo Paula, cruzándose de brazos.

El adolescente refunfuñó, sacó su móvil, buscó en la agenda y apretó la tecla de llamada. Esperó. Todos lo oyeron cuando respondió una mujer.

—¿Mamá? Soy yo. Estoy bien. Sólo quería decirte eso —dijo Augusto, miró al techo y añadió—: No. Sólo necesitas saber que estoy bien. Dile a papá lo que quieras.  Sin decir más, el chico colgó.

Dejó la lata sobre la mesita, agarró la pelota de baloncesto y se puso de pie.

 —Voy a hacer unos tiros.

—Olvidas algo —indicó Paula, señalando la lata vacía—. Hay un cubo de basura para reciclar en el cuarto trasero. La regla número uno es recoger lo que manchas.

 A regañadientes, Augusto hizo lo que le decían. Luego se acercó a la puerta principal.

—¿Puedo irme ya?

 —Sí, puedes irte —dijo Paula.

Sin más rechistar, ni rezongar, Augusto se fue.  Haley dejó el bolso sobre la mesita.

—No era necesario que se lo restregaras por las narices.

 —Sí, lo era.

—¿Porque te llamó viejo? —preguntó ella, sonriendo.

—Eso es. Aunque, y que quede entre tú y yo, casi me gana. Al final, fue la experiencia lo que me dió ventaja. Eso y mi famoso tiro matador.

—¿Así que no has ganado por ser viejo?

—No. Por ser experimentado.

—Y vanidoso.

—Tal vez. Pero el chico necesitaba una cura de humildad. La humildad es la piedra angular del respeto.

—¿Y su autoestima?

—¿Y la mía? —replicó él.

—Tú eres adulto. Deberías estar por encima de esas cosas.

—Llámame inmaduro si quieres, pero tenía la necesidad de darle una lección. Y, al contrario de lo que creen la mayoría de los buenos samaritanos, menos tú, claro, la autoestima no se fortalece cuando todo el mundo te dice todo el rato lo maravilloso que eres. Se construye con esfuerzo. Se construye poniendo un pie delante de otro, día tras día. Huir de los problemas no los soluciona. Sólo consigues que te persigan.

Paula ladeó la cabeza mientras lo observaba. La punta de su cola de caballo le rozó el hombro. Al verlo, a Pedro se le despertaron más ideas no aptas para menores, fantasías que no debería tener con una chica como ella.

—¿Qué? —preguntó él.

 —Igual estaba equivocada respecto a tí.

 —Creo que no he oído bien —dijo él, sorprendido.

—¿Por qué?

—Juraría que has dicho que estabas equivocada respecto a mí.

 —No —le corrigió ella, conteniendo una sonrisa—. He dicho que era posible.

—Es lo mismo —señaló él y, cuando ella iba a protestar, levantó la mano para acallarla—. ¿Respecto a qué te has equivocado?

—No sabía que la autoestima fuera uno de tus puntos delicados —repuso ella, arqueando una ceja.

—Por favor —pidió él.

—De acuerdo —aceptó ella y suspiró—. Tal vez, me había equivocado al pensar que un chico malo como tú no sabría relacionarse con adolescentes.

 —Vaya. ¿Y?

 —¿Y qué?

—Pusiste en duda mi capacidad para dar ejemplo a los chicos —le recordó él.  —Me equivoqué. En serio, Pedro, ahora entiendo lo que decías sobre ser diferente de la mayoría. Augusto nunca habría llamado a su madre por mucho que yo se lo hubiera pedido. Tú pudiste entender mejor el punto de vista masculino. A mí nunca se me habría ocurrido retarle a un partido de baloncesto ni, mucho menos, habría podido ganarlo. Siento haberte juzgado mal.

—Disculpas aceptadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario