—Pedro. ¿Qué haces aquí?
—Podría preguntarte lo mismo.
—Este sitio es mío. ¿Cuál es tu excusa?
Pedro quiso decir que era su castigo, pero no estaba pensando en sus obligaciones legales. Llevaba días torturándose con sus fantasías sobre ella. Se acercó un poco más, hasta llegar al otro lado de la mesita de café.
—He visto que había luz. ¿No es un poco tarde?
—Los chicos han estado saliendo y entrando durante todo el día. No ha habido un momento de tranquilidad —señaló ella, encogiéndose de hombros—.Voy a tener el local abierto hasta las diez, por si alguno necesita pasarse para hablar.
Lo cierto era que sí había alguien que quería hablar, aunque lo más probable era que no estuviera en la lista de Paula, pensó Pedro. Por otra parte, valoró la generosa dedicación de ella. Paula estaba dando gran cantidad de su tiempo libre en beneficio de adolescentes que no tenían ni idea de lo mucho que ella se estaba esforzando para hacer realidad el proyecto.
—¿Qué? —preguntó ella, mirándolo con desconfianza.
—Nada —dijo él y se sentó a su lado—. Sólo estaba pensando.
—¿En qué?
—Este proyecto te ha llevado mucho tiempo y estoy seguro de que, muchas veces, te has sentido frustrada. Pero no te has rendido y lo has hecho realidad — afirmó él y la miró a los ojos—. Eres una persona acostumbrada a dar y no creo que sea porque esperes algo a cambio. La mayoría de las personas preferirían estar en casa con los pies en alto.
—Espera un segundo —pidió ella y ladeó la cabeza para observarlo—. Lo primero, no me hagas parecer algo que no soy. Yo sí saco algo de todo esto.
—¿Qué?
—La satisfacción de devolverle algo a la comunidad.
—¿Y lo segundo?
—Ahora mismo, lo único que estoy haciendo es estar aquí sentada. Es lo mismo que estaría haciendo en casa. No me cuesta trabajo.
—¿Qué estás haciendo aquí sentada? —preguntó él, echando un vistazo al dibujo.
—Dibujando —respondió ella y se apresuró a cerrar el cuaderno—. Nada importante.
—A mí me parecía muy bueno —comentó él y alargó la mano para tomar el cuaderno, pero ella se lo impidió.
—No es nada.
—Me gustaría verlo mejor —insistió él.
—No es necesario que muestres interés.
—No lo hago por educación. Confía en mí. Quiero verlo.
—No te creo. Tú no eres así —protestó ella y se ocultó el cuaderno detrás de la espalda.
—No me sentiré ofendido. Sé que lo que quieres es distraerme con tus palabras.
Pedro se acercó todavía más, hasta que sus cuerpos casi se tocaban. Ella abrió mucho los ojos y el pulso comenzó a latirle en el cuello a toda velocidad. Forcejearon durante unos minutos, mientras los pechos pequeños y firmes de ella se rozaban con el torso de él. Eso estuvo a punto de distraerlo, pero perseveró. Al final, no fue su superioridad física lo que ganó. Él la había rodeado con sus brazos y ambos jadeaban.
Paula entreabrió los labios, su pecho respiraba con rapidez. Había bajado la guardia. En ese momento, Pedro sólo podía hacer dos cosas: besarla o aprovecharse para quitarle el cuaderno. Lo segundo parecía más inteligente, pensó él y le quitó el cuaderno de las manos.
—Eh —dijo ella—. Eso es trampa.
—¿Qué es trampa? —preguntó él y, como Paula no respondía, añadió—: Sólo he aprovechado la oportunidad.
Sin embargo, hubiera preferido aprovecharla para otra cosa, admitió Pedro para sus adentros. Pero no quería tener nada por lo que lamentarse cuando, al fin, se fuera del pueblo. Así que, mientras estuviera allí, tenía que mantener su boca alejada de la de Paula.
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