domingo, 11 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 17

—Hay más. Tal vez… —comenzó a decir ella y levantó un dedo en gesto de advertencia— sólo tal vez, seas un buen hombre, tan sincero como pareces.

Cuando Paula le sonrió con genuina calidez y admiración, Pedro sintió que se le hinchaba el pecho. Él se había propuesto ganarse su respeto. Misión cumplida. Contar con su respeto le resultaba más satisfactorio y mejor de lo que había esperado. Y ya era hora de confesarle la verdadera razón por la que se había ofrecido voluntario y asegurarle que cumpliría con todo el tiempo acordado.  Se enderezó y se acercó hasta colocarse delante de ella.

—Hay algo que quiero decirte…

 Un sonido musical proveniente del bolso de ella lo interrumpió.

—Mi móvil —señaló Paula.

Ella tardó unos segundos en rebuscar en el bolso hasta encontrar el teléfono. Lo abrió.

—Hola, Ludmila. Sí, puedo ir a ayudar a la chica nueva, claro. Sin problema. Nos vemos luego —dijo  Paula al teléfono, colgó y miró a Pedro—. Lo siento. ¿Qué decías?

 —Es sobre por qué quería ayudarte con este programa…

En ese momento, se abrió la puerta principal y se asomó el cartero.

 —Hola, Paula.

—Hola, Juan. ¿Qué pasa?

—Tengo algo para tí. Es para Raíces.

—El primer correo que recibo aquí —comentó ella, sonriendo.

 Juan le entregó un paquete.

—Es del Centro de Justicia de Thunder Canyon. Tienes que firmarlo, viene certificado.

—Eso me hace sentir más importante —bromeó Paula.

Pedro se sintió como un idiota. Estaba bastante seguro de lo que contenía el paquete. Observó cómo ella firmaba y odió que el primer correo oficial que ella recibía en Raíces fuera sobre él, y no por algo bueno.  Cuando se quedaron solos de nuevo, Paula abrió el sobre antes de que él pudiera detenerla.

—Paula, tengo que decirte algo… —comenzó a decir Pedro, pero las palabras se le quedaron trabadas en la garganta cuando ella levantó la vista.  Toda la alegría, la admiración y el respeto que ella había mostrado hacía unos instantes, se desvanecieron de su expresión.

—Te han quitado el permiso de conducir por conducción temeraria —acusó ella.

—Es lo que estaba intentando decirte.

—Así que eso de que querías ayudar a los chicos era mentira.

 —No exactamente. Quiero ayudarlos.

—Sólo para que te devuelvan el permiso de conducir. No porque te importen —le espetó ella, furiosa y decepcionada.

—Sí, pero…

—Pero nada. Tal vez, deberías intentar decir la verdad, para variar.

—Paula, tienes que escucharme.

—No, nada de eso —negó ella y, durante un segundo, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Tengo una responsabilidad hacia los adolescentes que vienen aquí. No toleraré mentiras, ni a ellos ni a nadie que esté cerca de ellos. Estás despedido, Pedro. Vete, por favor.

Pedro era un buen vendedor y sabía cuándo era momento de ejercer presión y cuándo era mejor irse en silencio. Eligió lo segundo y se marchó, cerrando la puerta tras él.  Nunca antes se había sentido tan mal por perder un cliente, pensó. Había pasado de ser héroe a ser villano en un instante. Durante un radiante momento, ella había admirado el modo en que había manejado la situación con Augusto. Le gustaba que ella tuviera buena opinión de él. Y quería que volviera a ser así.  No había conseguido el éxito en el mercado textil por rendirse en silencio, se dijo. Y no lo haría en ese momento. Ya no tenía nada que ver con la sentencia de servicio a la comunidad. Para él, se había convertido en algo personal.

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