lunes, 12 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 22

Pedro sabía que The Hitching Post era el lugar indicado si se buscaba acción un viernes por la noche en Thunder Canyon. Aquel viernes no era una excepción y, aunque él en realidad no buscaba acción, sí quería distraerse. Estaba tomando algo con tres de sus compañeros del equipo de fútbol del instituto: Pablo «el imbatible» Stevens, Adrián «el duro» Evanson y Sergio Tucker «el grande». Estaban sentados en una mesa alta de la esquina, en un lugar privilegiado para observarlo todo. En el pasado, a él le había gustado ese lugar para detectar mujeres interesantes. Pero, esa noche, sólo buscaba a una mujer en concreto.  Paula.  La vió moverse entre las mesas, tomando pedidos y llevando bandejas. Era ágil y guapa. Y  le molestaba tener ojos sólo para ella. Apartó la mirada haciendo un esfuerzo y se concentró en sus amigos.

—Pongámonos al día. ¿Cómo les va, chicos?

—Yo voy a ampliar mi negocio —informó Pablo, un hombre atlético y moreno que siempre había estado rodeado de chicas en el instituto—. Voy a abrirlo a huéspedes durante nueve meses al año. En verano lo convertiré en un campamento para niños.

—¿Vas a convertir el rancho en un campamento?

 —Pero seguirá siendo un rancho de trabajo —explicó Pablo.

—Y más —señaló Adrián—. Los niños que asistirán al campamento forman parte de un programa especial, son niños que han pasado por algún trauma.

—Suena impresionante.

—Pero no voy a dejar mi trabajo —aseguró Pablo—. Seguiré criando caballos. Lo que sucede es que la mejor manera de mantenerse a flote es diversificarse.

—No puedo discutirte eso —dijo Pedro y le dió un trago a su cerveza.

 Un campamento para niños con problemas era algo bueno. A Paula le gustaría, se dijo. De hecho, Pablo y ella harían buena pareja, pero sólo de pensarlo, él tenía ganas de darle puñetazos a la pared—. El tema del campamento tendrá mucho gancho con las mujeres.

—Nada de eso —negó Pablo con énfasis—. Ya no hago esas cosas. Nunca entenderé a las mujeres y he aprendido que no merece la pena gastar energía en intentarlo.

Pablo arqueó las cejas y miró a los otros dos hombres, que, como él, parecían no entender.

—¿Quieres hablarnos de ello?

—Ni loco.

  —De acuerdo. Entonces, cambiemos de tema — propuso y miró a Sergio. Fuerte como una montaña, con el pelo castaño claro y los ojos grises, su viejo amigo había sido defensa en el equipo de fútbol—. ¿Y tú qué te cuentas?

—Sigo en Construcciones Alfonso —informó Sergio—. Estoy trabajando en la casa de McFarlane. Tu padre es un buen jefe y, cuando Marcos tome el mando, creo que las cosas seguirán igual.

Pedro pensó que tenía que hablar con Marcos sobre ello. Supuso que su hermano sabía que todos esperaban que se hiciera cargo del negocio algún día, pero no sabía qué opinaba Marcos al respecto.

—¿Hay alguien especial en tu vida?

—Magalí Dunlay.

—¿La animadora? —preguntó Pedro.

—Sí. Salimos —confesó Sergio, un poco incómodo por hablar de su vida personal—. Sólo lo pasamos bien juntos. No es nada serio.

—Me parece bien —comentó Pedro.

Sólo quedaba su amigo Adrián. Lo miró.  Musculoso, afable y divertido,  nunca había tenido mucho éxito con las mujeres a causa de su pelo rojo. Se había hecho profesor de Ciencias en el instituto de Thunder Canyon y era el entrenador del equipo de fútbol.

—Supongo que es buen momento para anunciar que voy a casarme con Catalina Carlson —informó Jimmy.

Los otros dos hombres parecieron tan sorprendidos como Pedro. Pero todos le dieron palmaditas en la espalda, brindaron con sus cervezas y lo felicitaron por la buena noticia.

—¿Cuándo? —preguntó Pedro.

—Pronto. Está embarazada —explicó Adrián—.  Iba a pedirle que se casara conmigo de todas maneras, pero la noticia inesperada ha hecho que me adelantara un poco. Estamos muy contentos.

Sin duda, Adrián parecía contento, pensó Pedro. Sus amigos volvieron a darle palmadas en la espalda, chocaron sus vasos y, de nuevo, le dieron la enhorabuena.

—Tú con mujer e hijo. No puedo creerlo —señaló Pedro.

 Adrián se encogió de hombros.

—Es fácil. La quiero.

El lugar estaba en la penumbra y Pedro no pudo comprobarlo, pero adivinó que su amigo estaría rojo como un tomate. Nunca antes había hablado con sus amigos sobre sentimientos. Hasta entonces, solían hablar sólo de las chicas y sus curvas. Lo habían pasado muy bien juntos, pero él no echaba de menos los viejos tiempos. Todos habían madurado. Y Adrián estaba a punto de casarse y ser padre, caviló, sintiendo un poco de envidia y pensando que Augusto tenía razón al decir que era un viejo.   En ese instante, vió a Paula al otro lado de la sala, con una bandeja cargada de jarras de cerveza. Con una sonrisa encantadora, dejó las jarras en la mesa de unos tipos que él no conocía. Entonces, uno de ellos le rodeó la cintura con el brazo y ella sonrió. De nuevo, él quiso darle un puñetazo a la pared. Si no superaba sus celos, iba a darles mucho trabajo de reparación a los albañiles de Construcciones Alfonso.

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