viernes, 21 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 3

Pedro dió un paso hacia delante rápidamente, sonriendo, con el bolígrafo en la mano, y estampó su firma en el libro mientras el resto de la gente gritaba su nombre a espaldas de la joven. Continuó firmando libros y también un póster anunciando uno de sus programas televisivos en los que él ayudaba a cambiar la imagen y los servicios de otros restaurantes. Entonces empezaron las preguntas. Una voz de hombre y luego otra.


–¿Va a asistir Ana en persona a la apertura de la galería esta noche o se ha vuelto a escapar como hizo la última vez?


–¿Dónde has escondido a tu madre, Pedro?


–¿La has dejado en el centro de rehabilitación? ¿Es ese tipo de refugio para artistas a los que va tu madre últimamente?


–¿Es verdad que piensa retirarse del mundo del arte después de esta exposición?


Las voces más altas, más próximas a él, lanzándole preguntas desde todas las direcciones, cada vez más afiladas y todas ellas exigiendo saber el paradero de su madre. Le estaban retando. Le estaban presionando con la intención de provocar en él una reacción violenta. Querían que estallara. Querían hacer que arrebatara la cámara a algún fotógrafo o incluso que diera un puñetazo a alguien. Y unos años atrás lo habría hecho sin pensar en las consecuencias. Pero esa noche no, esa noche no le pertenecía y se negó a morder el anzuelo, fingiendo sordera e ignorando los comentarios educadamente. Lo que, por supuesto, hizo que le provocaran aún más. Después de nueve minutos así, los de la prensa le dieron la espalda en el momento en el que otra limusina se detuvo delante de la entrada. Y sin más, él se dió la vuelta, caminó por la alfombra roja hasta la puerta abierta de la galería de arte y se refugió en la relativa calma del patio interior de mármol donde se encontraban los otros invitados de lujo.


La noche de la inauguración era una oportunidad para que los críticos de arte estudiaran, en exclusiva, la obra de su madre, sin tener que compartir la galería con el público en general. Eso era lo que tenía de bueno. Lo menos bueno era que habían sido precisamente los críticos de arte los que se habían lanzado al ataque de su madre cuando esta se derrumbó en la exposición previa en Toronto. Sufrir un ataque de nervios en público ya era malo de por sí, pero lo peor había sido que las cámaras de los fotógrafos de la prensa habían captado su expresión atormentada y horrorizada. En vez de defender su frágil creatividad, la habían condenado acusándola de dar mal ejemplo con sus excesos a los jóvenes artistas. Pero eso había ocurrido hacía ocho años. No obstante, la situación había cambiado. Y la gente. Y la actitud hacia las enfermedades mentales. ¿O no?


Pedro se detuvo para agarrar una copa de champán de la bandeja de un camarero y estaba a punto de acercarse a un grupo que rodeaban al dueño de la galería cuando vio su imagen reflejada en una lámpara de las instalaciones. Un rostro moreno lo miraba fijamente. El rostro tenía cejas espesas sobre unos ojos entrecerrados y una mandíbula máspropia de un boxeador que de un amante del arte. ¡Maldición! Mejor no acercarse. No quería asustar a los críticos antes de que vieran las pinturas de su madre. Además, la mayoría parecía estar disfrutando el champán. Lanzó una mirada por la estancia y se dio cuenta de que, de no haber una puerta posterior que diera a la calle en la cocina, estaba atrapado. A menos que… ¡Perfecto! Había una persona que estaba examinando los cuadros en vez de hacer comentarios con otros mirando los catálogos y bebiendo a la espera de que sirvieran la comida. Era una bonita rubia. No, una muy bonita rubia. Estaba completamente sola, sentada al fondo de la galería, alejada de la gente y del ruido de la calle. Parecía totalmente absorta contemplando los cuadros. Se alejó del resto de los invitados, saludando al pasar mientras se dirigía hacia el fondo de la galería despacio, echando un vistazo a los veintidós cuadros que sabía que había allí colgados.

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