lunes, 10 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 53

 –Pedro puede hacerte compañía –sugirió el niño.


–No tengo planes para esta noche –se apresuró a decir Pedro–. Me ocuparé de que tu tía no te eche mucho de menos.


–Bueno, estamos listos –se despidió Mónica con una sonrisa–. Nos vemos dentro de una hora.


–Lo estoy deseando. Va a ser muy divertido –repuso Ignacio, excitado.


Tal vez, para él, pensó Paula con ansiedad. Ni siquiera sabía si Pedro había dicho en serio lo de acompañarla o solo como parte de su farsa. Lo cierto era que quería estar con él, por muy ridículo que eso sonara…


–Nos vemos a las cinco –indicó Pedro y, antes de que ella pudiera decir nada, se fue a su coche.


De acuerdo, lo había dicho en serio. Pero ¿Qué tendría en mente?, se preguntó ella.


–Vamos a casa, rápido –la apresuró su sobrino–. Tienes que arreglarte, tía Pau.


–¿Para qué?


–Para tu cita con Pedro.


–¿Cita? –repitió ella, encogiéndose. No había querido meter a Ignacio en aquella mentira.


–Pedro va a llevarte a cenar –le reveló Ignacio con una sonrisa–. Le dije que Otto’s es tu restaurante favorito y que te gusta la fondue de queso. Le avisé de que era muy caro, pero dijo que creía que podría permitírselo –añadió–. Si Pedro y tú se casan, él sería mi tío, ¿No?


–El matrimonio es algo muy serio. Pedro y yo solos vamos a cenar.


–Pero sería estupendo, ¿No te parece?


–Cuando dos personas se quieren, el matrimonio puede ser estupendo. Pero el amor no se puede forzar. Necesita tiempo.


–Mi padre supo que iba a casarse con mi madre desde el primer momento en que la vió –aseguró el niño–. No salieron mucho tiempo.


–Es verdad, pero lo que les pasó a tus padres no le pasa a mucha gente –repuso Paula. Al menos, a David y a ella no les había pasado.


–Podría pasarles a Pedro y a tí –señaló Ignacio con optimismo.


–Supongo que todo es posible –admitió ella y lo abrazó. 


Sin embargo, no era nada probable, pensó.





Pedro llegó a casa de Paula con una flor de iris en la mano. Nunca antes se había tomado tantas molestias por una mujer, reconoció. Pero ella se lo merecía. Sonriendo, llamó al timbre. Paula abrió la puerta. Se había maquillado y se había puesto unos pendientes de brillantes con un colgante a juego. Llevaba un vestido color púrpura sin mangas, por la rodilla, que resaltaba sus curvas. Unas sandalias de tacón acentuaban sus delicados tobillos y sus sensuales pantorrillas.


–Estás impresionante.


–Como íbamos a ir a Otto’s…


–Ignacio se ha chivado.


–Los niños de nueve años no saben guardar secretos. Dime, ¿Cuánto te costó sobornarlos?


–Veinte dólares –confesó él, pensando que había merecido la pena.


–¿Tanto? –preguntó ella, atónita–. ¿Solo para fingir una cita?


–Una cita es una cita.


–Eso explica tu ropa –observó ella, contemplando los pantalones negros de él y su camisa verde–. Te queda muy bien.


–Pareces sorprendida.


–Bueno, solo te había visto con pantalones cortos y con chándal –repuso ella, sonriendo. Y, al recordar el primer día que lo había visitado en casa de sus padres y se lo había encontrado con el torso desnudo, se sonrojó.


–Es para tí –dijo él, entregándole la flor, que combinaba a la perfección con su vestido.


–Gracias –repuso Paula y la olió–. Es de verdad.


–No todo es una farsa.


–Siempre me han gustado los iris, más que las rosas –afirmó ella, sonriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario