lunes, 24 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 9

Pedro poseía una mandíbula angulosa y sus pómulos conferían prominencia a su boca. No sabía cómo había ocurrido, pero se había roto la nariz en algún momento de su vida, y se veía algo torcida a partir del puente. Menos mal, un defecto. A parte de eso, debía reconocer que estaba aún más guapo que la última vez que le viera. Cuando Pedro estiró el brazo para agarrar una copa de champán, la tela de la camisa se le estiró por encima de los músculos pectorales, prominentes debido al duro trabajo, no a levantar pesas en un gimnasio. No era justo que un creador de sabores como él fuera, además, tan atractivo. Una pena que él se supiera guapo.


Con un ligero movimiento, Pedro se subió la manga izquierda de la chaqueta y dejó al descubierto un oscuro tatuaje que empezaba en la muñeca y que parecía hacer juego con el que le asomaba por el cuello de la camisa blanca desabrochada. Iba sin corbata. Durante una fracción de segundo, Paula se preguntó cómo sería el resto del tatuaje que, sin duda, le adornaba el pecho. Rápidamente apartó la idea de su mente. ¿Un cocinero con tatuajes? Un típico exhibicionista. Cualquier cosa por llamar la atención. En el pequeño mundo de la alta cocina, era imposible no encontrarse a Pedro en algunas de las muchas fiestas de entregas de premios a las que ella asistía ocupando uno de los asientos de atrás como una de tantas mortales. Y también estaban los programas de televisión de él. Había que tener valor para entrar en una cocina ajena y decirle al cocinero que tenía que dirigir su restaurante de otra manera y que él, Pedro Alfonso, sabía cómo hacerlo. Los televidentes no se cansaban nunca de ver los traumas familiares y las lágrimas que acompañaban al hecho de que un completo desconocido les dijera que debían cambiar su vida. El programa ya debía ir por la tercera o cuarta temporada. Una locura. Ella jamás haría una cosa así. Pedro era la clase de hombre al que ella despreciaba precisamente por jugar con las vidas de otras personas. Por presionarlos y manipularlos. Por ser cruel y egoísta.


¿Le estaba juzgando con dureza? Quizás. Pero era la verdad. ¿Qué promesa se había hecho a sí misma el día que dejó el banco? Ni una mentira más. Nada de engañarse a sí misma. Nada de conformarse con cualquier cosa. Y no volver a ser víctima de las manipulaciones de otras personas. Pedro Alfonso era un manipulador. Y ella no tenía ninguna intención de dejarse manipular. 


Fue entonces cuando Pedro alzó la cabeza y la miró. No. Fue más que eso. La examinó. Se la quedó mirando fijamente, como si buscara algo en su rostro y… acabara de encontrarlo. Porque esbozó una sonrisa que atrajo su atención a esos sensuales labios.


–Tengo la impresión de que nos hemos visto antes, pero debo reconocer que no me acuerdo de tu nombre. ¿Podrías ayudarme?


La voz de Pedro era como una salsa de chocolate caliente por encima de un helado de nata, con el poder de hacer que su corazón de chica atontada latiera con más fuerza y dificultara su respiración. Con un acento americano más acentuado que en el pasado, lo que no era de sorprender. De hecho, ese acento añadía atractivo a la voz. ¿Qué si ella podía qué? ¿No se le ocurría nada mejor que hacerla sentirse culpable por haberle dejado en ridículo? Se sintió insultada. ¿Cómo era posible que al famoso Pedro Alfonso no se le ocurriera una frase algo más sofisticada? Quizá no estuviera en plena forma. Le veía diferente a otras veces, algo menos arrogante quizás. No le extrañaba, si era verdad lo que la prensa decía, que él no paraba.


–¡Por favor! ¿No se te ocurre algo más original?


Pedro arqueó las cejas y esbozó una sonrisa sensual.


–A veces sí. Pero cada vez me siento más intrigado. Por favor, ayúdame. ¿Nos hemos visto antes?

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