viernes, 14 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 61

Ignacio lo saludó con entusiasmo y se fue a terminar sus deberes de matemáticas antes de poder ver el partido. Pedro se dirigió a la cocina, donde Paula estaba preparando en el horno algo que olía de maravilla. Se le hizo la boca agua al ver cómo le quedaban los vaqueros que se había puesto. Por el cuello de la camiseta, pudo verle el tirante de encaje blanco del sujetador. Estaba hermosa. Él se acercó por su espalda y la rodeó con sus brazos. Sus cuerpos encajaban a la perfección. La besó en el cuello.


–¿Es así como sueles decir «Hola»? –preguntó ella, girándose con ojos brillantes.


–No, prefiero así –repuso él y la besó en la boca con pasión.


Paula se apretó contra él, entregándose con ternura. Qué delicia, pensó Pedro. Le gustaría estar así… toda la vida. Al darse cuenta de lo que acababa de pensar, apartó la cara. Él no podía permitirse un compromiso sentimental para toda la vida. Ella lo miró con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados. La pasión de sus ojos era igual que el deseo que él sentía. Sin duda, era la clase de mujer con la que quedarse toda la vida. Pero él no buscaba eso…


–Me gusta cómo dices «Hola».


A Pedro también le gustaba, al menos, con ella. Pero no podía ir más allá. Debía controlar sus impulsos.


–Huele muy bien.


–Estoy haciendo macarrones con queso –indicó ella–. Brenda me dejó una lista de las recetas favoritas de Ignacio.


Pedro se fijó en el iris que le había regalado. Estaba sobre la mesa, junto a un juego de pinceles.


–¿Es un buen momento para que me enseñes lo que pintas?


–¿De veras quieres verlo? –preguntó ella con desconfianza.


–Si no, no te lo habría pedido.


–Es que… no le enseño a mucha gente mis obras.


–Solo soy yo –replicó él–. Enséñame solo una.


–¿Será suficiente para aplacar tu curiosidad?


–Sí, si no quieres enseñarme más –contestó él, dispuesto a conformarse con lo que ella quisiera ofrecerle.


Paula lo condujo por el pasillo hasta una habitación inmaculada, con todo en su sitio. Había una cama de matrimonio con colcha de flores y almohadas a juego. Ella abrió el armario, que tenía dentro solo unos cuantos vestidos. En el suelo, descansaban lienzos de varios tamaños y cajas de pinturas.


–Lo pinté cuando vivía en Chicago –informó ella y, con mano temblorosa, sacó el lienzo más cercano.


Al notar su incomodidad, Pedro la tocó en el hombro.


–Me lo puedes enseñar en otro momento, si prefieres.


–No, está bien –aseguró ella–. Lo que pasa es que es un poco difícil…


–¿Enseñar esta parte de tí?


Ella asintió y lo miró con ojos vulnerables.


–Si te sirve de consuelo, no sé nada de arte. Mi opinión no será la de un crítico especializado.


–Bien. Entonces, si te gusta, no me emocionaré demasiado.


Él sonrió y ella, también. De pronto, Pedro sintió que sé quedaba sin aire en los pulmones. ¿Qué estaba pasando? Paula solo había sonreído…


–¿Listo? –preguntó ella, lista para darle la vuelta al lienzo.


–Claro –contestó él, casi sin aliento por la extraña sensación que acababa de experimentar, y se sentó en la cama.

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