miércoles, 19 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 72

Cuando el presidente de la Liga Mayor de Fútbol había ofrecido a los Defeeters un viaje con los gastos pagados a Indianápolis para jugar en su estadio el partido final de los contra los Strikers, Paula había sospechado que era cosa de Pedro. Pero él no la había llamado ni habían hablado. Ignacio salió corriendo al campo con sus zapatillas nuevas de fútbol y una gran sonrisa, junto con sus compañeros.


–Esto es justo lo que necesitábamos después del tornado – comentó Mónica, tomando una foto–. Un fin de semana de vacaciones pagadas y terminar la liga de primavera con clase.


Además, a cada familia le habían regalado entradas para ver el partido del Fuego contra el Rage. Ignacio estaba deseando ver jugar a Pedro, pero Paula, no tanto. A pesar de los días que habían pasado, seguía teniendo el corazón hecho pedazos. No había conseguido olvidarlo. Los niños estaban locos de excitación. De pronto, comenzaron a gritar con entusiasmo. Solo una persona podía provocar tanta emoción, adivinó ella. Pedro. Con reticencia, se giró y se quedó atónita. Una docena de futbolistas profesionales estaba entrenando con los Defeeters y los Strikers, ayudándoles a calentar y dándoles consejos. Uno de los jugadores, sin embargo, destacaba de entre los demás. Pedro. A Paula se le encogió el corazón al verlo. Pero no tenía por qué hablar con él, se dijo a sí misma. Debía concentrarse en el juego de los Defeeters, nada más. El árbitro hizo una seña para que ambos equipos prepararan sus alineaciones.


–Me alegro de verte, Paula –dijo él, detrás de ella.


Por suerte, el árbitro tocó su silbato y el juego comenzó. Salvada por la campana, pensó ella. Fue un partido rápido y reñido. En el descanso, cuando los Defeeters habían marcado dos y los Strikers, tres, Ryland habló con los chicos y les dió instrucciones. Dos minutos antes de que acabara el partido, Connor le robó el balón a un defensa y se lo pasó a Damián, que lanzó a la red. ¡Gol! Los padres gritaron emocionados. Los Strikers respondieron atacando, estuvieron a punto de marcar, pero fallaron. Damián le pasó la pelota a Marcos, que volvió a intentar un gol pero, antes de que lanzara, el árbitro pitó el final del partido. Defeeters y Strikers habían empatado.


–Buen trabajo, entrenadora –aplaudió Pedro–. Has mejorado mucho.


–Gracias –repuso ella, sin mirarlo.


–Han jugado a lo grande, chicos –los felicitó Pedro.


Los jugadores de ambos equipos se estrecharon las manos. Pedro y sus colegas les regalaron camisetas y firmaron autógrafos.


–Vamos, Ignacio. Podemos ir al hotel a darnos un baño en la piscina antes del partido del Fuego –dijo Paula a su sobrino, recogiendo sus cosas.


–Yo me voy al hotel con Marcos y su familia –replicó Ignacio con gesto conspirador.


–He pensado llevarlos a tomar un granizado antes –señaló Mónica.


Los niños parecían tan emocionados que Paula no pudo negarse. Era hora que dejara de comportarse como una adolescente con el corazón roto y le echara valor.


–Genial. Nos veremos en el hotel –repuso Paula con una sonrisa y se preparó para desaparecer.


–Paula –llamó Pedro–. Por favor, espera.

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