viernes, 21 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 4

Podría haber explicado a los críticos el significado de cada brochazo en todos y cada uno de los cuadros; dónde, cuándo y cómo se encontraba su madre al pintarlos. Y las horas que había pasado ella eligiendo el lugar en el que iba a pintar y el tipo de luz en un intento desesperado por crear una obra perfecta. Sin fallos. Ideal. Y también podría hablar de la desesperación que le sobrevenía cuando no conseguía lo que quería. Y de la felicidad y las carcajadas de su madre paseando por una playa u otra un día sí y otro también, una felicidad en contraste profundo con sus días más negros. Como la vez que él tuvo que abandonar una reunión de negocios para acudir a su lado cuando esta quemó seis de sus pinturas preferidas en un horno en el patio del hotel en medio de una depresión que duró seis semanas. Estas pinturas ahí expuestas habían logrado sobrevivir. Sobre todo, el cuadro que la rubia estaba contemplando en ese momento. Pedro respiró hondo. Era natural que un cuadro tan emocional y sentimental absorbiera a cualquier crítico de arte. Era una buena pintura, de eso no había duda. Pero el cuadro también reflejaba el depresivo estado de ánimo de la artista durante su creación, hasta el punto de que su madre había tenido que volver a medicarse. Era, probablemente, el único cuadro que él le había sugerido que dejara atrás en su casa en Carmel, California. Era una pintura excesivamente personal para exhibirla en público. Demasiado tarde, porque ahí estaba. No era el cuadro más grande, pero sí el más íntimo y el más revelador de toda la colección. Y… ¿Quién era esa mujer que se había fijado en la mejor pintura de la exposición?



En un extremo de la sala, bebiendo champán, Pedro se quedó observando en silencio a la mujer durante varios minutos. Se fijó en su cuerpo y en su ropa con el fin de adivinar lo que estaba viendo. Ella no parecía una de las críticas de arte de las que su madre era amiga, ni tampoco una de la manada de hienas de Toronto. Melena rubia lisa hasta los hombros, vestido azul claro sin mangas, cuello largo, elegante y musculoso, no delicado y delgado en extremo como le ocurría a la mayoría de las artistas que conocía. Y poseía una belleza deslumbrante. Se la veía absorta y tranquila. Observaba la pintura como si fuera lo más importante del mundo. Parecía cautivada, ajena al mundo que la rodeaba. Completamente sumergida en la pintura. Porque la comprendía, eso era evidente. Y por primera vez aquel día… no, por primera vez en un mes, sintió ganas de sonreír con sinceridad. ¿Cabía la posibilidad de que hubiera un crítico de arte en la galería que iba a hacerle cambiar de opinión respecto a dicha especie? Lo único que tenía que hacer era averiguar cómo se llamaba esa mujer y…


–Pedro. Qué alegría verte.


Pedro parpadeó cuando el dueño de la galería de arte le tendió la mano y, dándole una palmada en el hombro, le condujo hacia la entrada para presentarle a varios periodistas reunidos alrededor de la mesa reservada para los miembros de la prensa. Volvió la cabeza para mirar a la rubia, pero ella se había vuelto ligeramente para hablar por el móvil. Después. Después averiguaría lo que pudiera acerca de esa mujer.




Paula Chaves lanzó una queda carcajada mientras hablaba por el móvil.


–¡No tienes ningún pudor, Sofía Flynn! En serio, ¿seguro que a Sebastián no le importa que utilice su hotel para el acto de recaudación de fondos? Me haría un tremendo favor.


–No tienes de qué preocuparte, organizadora mayor –la risa de Sofí resonó en su oído–. Digamos que es una de las ventajas de tener un novio propietario de una cadena hotelera. Además, Sebastián espera que llenes su hotel con la flor y nata londinense. Así que una vez que vean lo fabuloso que es su nuevo hotel, trabajo hecho.

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