viernes, 21 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 1

Pedro Alfonso salió de la limusina negra delante de la última y más prestigiosa galería de arte de Londres. Despacio, enderezó los hombros. Se pasó los dedos de la mano derecha por sus cabellos negros y ondulados que le llegaban al cuello de la camisa, un gesto que había perfeccionado con el fin de atraer la atención y que, según los del departamento de marketing de la cadena hotelera Alfonso, era su mayor atractivo.


–Asegúrate de que tus fans te vean bien la cabeza durante la filmación –le repetía constantemente su agente, Carla–. Eso es lo que esperan las millones de seguidoras que tienes. ¡Aprovecha mientras puedas!


¡Ah, las delicias de la autopromoción! Después de veinte años en el negocio hotelero, Rob conocía todos los trucos. Daba a la prensa lo que la prensa quería de él y así se ganaba su adoración. Le habían visto en malos y buenos momentos, y siempre les interesaba. Era una pena que los paparazzi ganaran más dinero cuando representaba el papel de cocinero famoso y chico malo que cuando pasaba horas y horas en las cocinas inventando las recetas culinarias que tantos premios habían dado a los restaurantes de los hoteles Alfonso. Querían que se portara mal y que, de una rabieta, arrebatara una cámara. Querían que diera un puñetazo a alguien por algún comentario de mal gusto o que perdiera los estribos por un insulto a su familia o a su comida.


El Pedro Alfonso que querían ver era al joven cocinero famoso por haber levantado de la silla, en Chicago, al más famoso crítico culinario de la ciudad y haberle echado del restaurante del hotel Alfonso por atreverse a criticar la preparación de su filete. Y, a veces, estaba lo suficientemente cansado o aburrido para dejarse provocar y responder como un idiota, cosa de la que se arrepentía inmediatamente. ¡Pulse el botón rojo y observe los fuegos artificiales! Pero esa noche no. No había ido allí a celebrar la marca Alfonso, tampoco estaba ahí para promocionar su programa televisivo ni su último libro de cocina. Esa noche estaba dedicada al éxito de otra persona, no al suyo propio. Llevaba el traje de rigor y había ensayado lo que iba a decir. Y ahora le tocaba representar su papel hasta que la estrella del espectáculo hiciera su aparición. Esa noche necesitaba el apoyo de la multitud y ensalzar el éxito de la galería de arte y el de la pintora cuyo trabajo había sido elegido para ser expuesto la noche de la apertura del lugar, Ana Zolezzi. Pintora y su madre. Pero… ¿Por dentro del traje de diseño? Por dentro, estaba destrozado. Ni siquiera los fotógrafos en primera fila, a corta distancia de él, podían ver las gotas de sudor que bañaban su frente aquella fresca noche de junio. Y se apresuró a disimular la tensión esbozando una amplia sonrisa con el fin de que nadie se diera cuenta de que, por primera vez, Pedro estaba más que nervioso. Temía lo que pudiera ocurrir durante las próximas horas y solo lograría relajarse cuando, de regreso en la habitación del hotel con su madre, pudiera felicitarla por el éxito de la exposición y la rápida venta de sus cuadros. El plan había sido sencillo: se suponía que iban a ir juntos a la galería, su madre iba a sonreír y a saludar, con él como escolta, acompañada de los aplausos de sus fans y de amantes del arte. Hijo orgulloso y madre de éxito. Perfecto. Pero el plan había fallado. La semana anterior había sido un caos de cosas pendientes por resolver a última hora y, para colmo, un resfriado de veinticuatro horas, un virus generalizado en California, que había dejado a su madre en la cama la mayor parte del día. Y después, el ataque de nervios.

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