lunes, 3 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 37

Pedro seguía parado, contemplándola. Tenía el sol de espaldas y, a contraluz, parecía un ser casi angelical, de no ser por la mirada de sus ojos. Parecía como si quisiera marcar un gol con ella y no con la pelota. A Paula le dió un brinco el corazón. Le subió la temperatura. Su sentido común le dijo que debía ignorar el deseo impreso en aquellos ojos. Pero no podía negar que era agradable ser deseada. Si… No. No podía dejarse llevar. Era un hombre encantador, guapo y estaba fuera de su alcance. Una cosa era estar embelesada con él. Y otra muy distinta era llevar las cosas más lejos.


–Yo puedo ponerlos –se ofreció él.


No. Paula no quería su ayuda. Sin poder evitarlo, posó la mirada en sus labios. Él sonrió.


–Gracias, pero ya lo hago yo.




Una semana después, Pedro estaba recogiendo los conos del campo. El sol cada vez se iba poniendo un poco más tarde. La primavera era su época favorita del año, con la hierba recién cortada, el aire lleno de promesas. Los chicos estaban aprendiendo, pensó con satisfacción. Despacio, pero seguro. Y Paula… ¿Qué iba a hacer con ella? Le había costado mucho concentrarse en el entrenamiento, distraído todo el rato por lo sexy que ella estaba con sus pantalones cortos y su camiseta rosa. Las piernas parecían más largas todavía. Y tenía las mejillas sonrojadas de correr. Sin embargo, debía conformarse con mirar, nada de tocar. Llevaba recordándoselo a sí mismo durante la última semana y media. Ella sujetó la bolsa mientras él guardaba los conos. Su dulce aroma lo envolvió. Olía a flores frescas y a fruta. Inspiró otra vez.


–Los chicos lo han hecho muy bien hoy –comentó ella.


–Veremos qué tal se desenvuelven en su primer partido.


–Ignacio dice que nunca han ganado a los Strikers –señaló ella–. ¿Crees que están preparados?


–No, pero el fútbol es cuestión de práctica.


Pedro estaba acostumbrado a las mujeres atractivas, pero con Paula no se trataba solo de atracción. Apreciaba cómo se volcaba en aprender sobre fútbol, en practicar los ejercicios y en estudiar las reglas en casa. Además, ella mantenía la sonrisa durante todo el entrenamiento, lo que podía sugerir que estaba enamorándose del fútbol. Era una pena que no pudiera enamorarse de él, también. Pero él sabía que era imposible. Para ella, no era más que su maestro y su ayudante.


–Ya está todo recogido –observó ella, mirando el campo.


Sin esperar respuesta, Paula se dirigió hacia el estacionamiento. Él la siguió, contemplando su trasero y mordiéndose la lengua para no hacer ningún comentario sobre lo bien que le sentaban esos pantalones. Pedro la alcanzó. Igual era él quien se sentía solo. Una de las madres de los niños le había ofrecido compañía y algunas otras mujeres del pueblo, también. Ninguna lo había interesado lo bastante como para aceptar, pero Paula…

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