lunes, 24 de mayo de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 7

Hasta el día en que la mentira de la vida que llevaba se descubrió, dejándola sin nada y sola. En una playa como la del cuadro. Extendiendo los brazos hacia el mar, buscando un nuevo camino y una nueva identidad. Ya no era la chica que había dejado un salario exorbitante y una carrera prometedora en el banco de inversiones de su padre para hacerse pastelera. No, ya no. Esa chica había dejado de existir. Esa chica ahí sentada con lágrimas en los ojos era Paula la pastelera. Una chica que aún sufría a pesar de haber pasado tres años intentando superar su dolor. Pero un dolor que, en momentos como aquel, afloraba de nuevo. Por primera vez en mucho tiempo, no podía ocultar que todavía sufría. ¡Tonta! El agotamiento y la soledad la hacían vulnerable. Eso era todo. La servilleta de papel se estaba desintegrando, así que volvió a meterla en el bolso. Quizá al final de la noche, cuando todos regresaran a sus casas, podría encontrarse a solas con la pintora y hablar de «Las últimas oportunidades». Quizá Ana Zolezzi tuviera la clave de cómo aprovechar las últimas oportunidades para cambiar de vida y qué hacer cuando todos esos que creías amigos y que pensabas que te apoyarían decidían que no querían volver a saber nada de ti y dejaban de contestar a tus llamadas. Empezando por el, en teoría, modélico novio. Sí, quizá Ana pudiera darle alguna pista. Paula parpadeó y se secó las lágrimas con la mano. Mejor retocarse el maquillaje. Le quedaba por servir en platos doscientas raciones de canapés. Sí, debía ponerse en marcha. ¡Oh, demasiado tarde! No oyó, sintió a alguien acercándosela y observar el cuadro en silencio durante lo que le pareció varios minutos, aunque quizá solo fueran unos segundos.


–Es perfecto, ¿Verdad?


Paula sintió otra lágrima correrle por la mejilla, lo que le impidió volver la cabeza ya que no quería ponerse en evidencia delante de un desconocido.


–Absolutamente perfecto. ¿Cómo lo hace esa mujer? – preguntó Paula–. ¿Cómo consigue Ana impregnar de tanto sentimiento una pintura? Es increíble.


–Talento. Y un conocimiento profundo de ese lugar. Ana conoce esa playa como la palma de su mano. Observa cómo conjuga el mar con el cielo. Eso solo se puede hacer si se ha visto una y otra vez.


Paula parpadeó, pero esta vez lo hizo de sorpresa. Ese hombre lo comprendía. Ese hombre se había hecho eco de lo que ella pensaba. ¿Cómo era posible? El temblor en la voz del desconocido la calmó y la relajó. Había alguien que veía lo mismo que ella en esa pintura. Increíble. Y le sorprendió que él supiera tanto del cuadro y que pudiera hablar de él con tanta pasión. Entonces, de repente, la dura realidad la sacudió y se sintió como una tonta. Diego le había dicho que esa noche, la de la inauguración, estaba reservada para los críticos de arte y los periodistas. Ese hombre debía ser un amigo de Ana Zolezzi y por eso conocía la historia del cuadro. Quizá tuviera la respuesta a una pregunta suya. Alzó la barbilla, se volvió en su asiento y, alzando los ojos, miró el rostro del hombre que estaba a su lado. Y se quedó de piedra. Las risas y las conversaciones de fondo se transformaron en un murmullo distante. Incluso el aire se tornó frío y espeso mientras ella respiraba hondo para calmarse. ¿Era eso posible?


–Pedro Alfonso–dijo Paula en voz alta. 


Y, al instante, cerró la boca y apretó los dientes. Pensar en voz alta siempre había sido uno de sus defectos. Pedro Alfonso. El cocinero que menos le gustaba del mundo. Y el hombre que había tratado de destruir su carrera profesional.

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