miércoles, 12 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 57

Pedro la miró a los ojos y, al ver tanta tristeza en ellos, se estremeció. Le tomó la mano por encima del mantel.


–Tú sabes lo de mi transplante de hígado.


Pedro asintió.


–Alguien murió para que yo pudiera vivir –continuó ella con dramatismo–. Siempre me he preguntado si la familia de esa persona pensaría que estoy a la altura. La muerte de su niña es lo que me permitió vivir a mí. ¿Les decepcionaría saber lo que he hecho con mi vida?


A Pedro se le encogió el corazón. Aquella era una carga demasiado pesada para cualquiera. Sobre todo, para alguien tan sensible y dulce como Paula. Le apretó la mano.


–David me convenció de que podíamos hacer algo importante juntos –admitió ella con una nube de angustia en los ojos–. Pero no fue así. Fue solo palabrería. Dejó de preocuparse por eso cuando nos casamos –añadió acongojada–. Yo quería hacer algo que mereciera la pena, después del regalo que me habían hecho con el transplante. Pero no lo he hecho. Ni al casarme con David. Ni sola. Dudo que lo consiga nunca.


–Estás haciendo algo importante con Ignacio –apuntó él con el corazón encogido por verla así–. Y por Gonzalo y su esposa.


–Pero no es algo grande, ni va a cambiar el mundo.


–Para tu familia, sí –aseguró él. ¿Acaso Paula ignoraba lo especial que era?–. Mírate a tí misma. Te has licenciado en la universidad. Llevas tu propio negocio. Eso es mucho para alguien de tu edad.


–Tengo veintiséis –repuso ella con sarcasmo–. Estoy divorciada. Todavía tengo que pagar el préstamo que me hizo el banco para estudiar en la universidad. Vivo en casa de mi hermano y todas mis pertenencias caben dentro de un coche.


–Venciste una enfermedad mortal –replicó él–. Que estés viva es más que suficiente.


Paula lo miró pensativa. Sonrió.


–¿Dónde has estado toda mi vida? Gracias –le dijo ella con toda sinceridad y le apretó la mano–. Por esta noche. Y por escucharme.


–No tienes que darme las gracias. Yo te pedí que me lo contaras. Yo sé lo que es pasarlo mal.


Oh. Pedro no había querido decir eso. Apartó la mano y le dió un trago a su vaso de agua.


–¿Tú?


–No es lo mismo. Ni parecido –aseguró él, tratando de zafarse del tema.


–Yo te he abierto mi corazón. Es tu turno.


Pedro nunca contaba sus cosas. A la gente no le importaba lo que tenía en su interior. Dió otro trago al vaso de agua, intentando buscar una escapatoria. Por la forma en que lo miraba, con la barbilla levantada, Paula no parecía dispuesta a dejarlo correr. Y, para ser justos, era cierto que era su turno.


–Cuando iba a primaria, sufrí acoso escolar –confesó él con un nudo en la garganta.


–¿Te pegaban?


–A veces… Muchas veces.


–Oh, Pedro. Lo siento mucho. Debió de ser horrible –replicó ella, tomándole de la mano como él había hecho antes.


–En ocasiones, me ignoraban, como si fuera invisible –continuó él. Nunca le había hablado a nadie de eso. Ni siquiera a sus padres. Pero la compasión que llenaba los ojos de Paula le dió fuerzas para seguir–. Eso era en los momentos buenos. El resto del tiempo, me empujaban, me golpeaban.

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