viernes, 7 de mayo de 2021

Inevitable: Capítulo 48

Después de que Ignacio se hubiera ido al colegio a la mañana siguiente, Paula se puso manos a la obra. Le gustaba el diseño gráfico, sin embargo, la pintura que había comenzado la noche anterior la llamaba de una manera especial. Envió un correo electrónico con una prueba a uno de sus clientes y actualizó una de las webs que tenía a su cargo. El resto de las cosas que tenía que hacer podían esperar. Se colocó delante del lienzo. Estaba lleno de colores fuertes, brillantes y vivos. El arte abstracto no era muy de su estilo, pues ella prefería temas cotidianos. Pero, gracias a Pedro, sus sentimientos y su mente eran un batiburrillo confuso. Figuras geométricas, líneas y arcos eran todo lo que había podido dibujar por el momento. Aun así, el conjunto guardaba cierta armonía. Paula siempre había encontrado paz en la pintura, cuando había estado enferma y después de que hubiera terminado su matrimonio. La única diferencia, en esa ocasión, era que lo que le ocurría no tenía nada que ver con su salud ni con su corazón. No. No dejaría que su corazón sufriera. Debía dejar de pensar, se recordó a sí misma. Limitarse a pintar. Se sumergió en la pintura. Sus trazos estaban llenos de pasión. Alegría y tristeza, deseo y sufrimiento se conjugaban bajo el pincel en colores brillantes. El timbre sonó, sacándola de su ensimismamiento. Miró el reloj. Llevaba dos horas pintando sin parar. Había perdido la noción del tiempo. Si no hubiera sido interrumpida, podía haberse pasado así todo el día. Tras limpiarse las manos con un trapo, se dirigió a la puerta. Debía de ser el mensajero con un encargo de material que había pedido por teléfono. Cuando abrió la puerta, vió a Pedro en el porche y se quedó sin respiración. Estaba vestido con pantalones de chándal y una camiseta blanca que le sentaban muy bien. Estaba peinado, pero no se había afeitado esa mañana. Sus ojeras delataban falta de sueño. Ella tampoco había dormido mucho la noche anterior.


–Buenos días –dijo él, sonriendo.


Paula le recorrió el rostro con la mirada, desde sus ojos verdes a los labios. Sintió un cosquilleo en el estómago. Ansiaba otro beso. Y eso era preocupante. Recordó lo que Aaron le había dicho. No debía pasar tiempo con Pedro. Aunque…


–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella, aferrándose al manillar de la puerta como a un salvavidas.


Su tono no sonó muy cortés, pero a Paula no le importó. Su presencia la estaba desconcentrando. La sonrisa de él amenazó con desvanecerse.


–Vayamos a tomar un café.


–No estoy segura de que sea buena idea.


–Tenemos que hablar respecto a los entrenamientos de los Defeeters –explicó él.


Aunque fuera para hablar de eso, Pedro Alfonso seguía siendo muy peligroso para ella, pensó Paula y se miró la camiseta manchada de pintura.


–No estoy vestida para salir.


–Has estado pintando –observó él.


–Sí –repuso Paula, sin comprender por qué parecía tan complacido.


–Podemos quedarnos aquí. Me gustaría ver lo que estás pintando.

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