viernes, 19 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 9

Bajó del coche rezando para aprender a educar a los niños lo antes posible. «Diego, si estás mirándome desde ahí arriba, podrías echarme una mano». Cuando entró en el colegio vió una fila de niños encabezada por una profesora que les recordaba que no arrastrasen los pies. Paula recordó las palabras de la directora por teléfono:


–Tenemos unas normas muy claras, señorita Chaves, y mi obligación es expulsar a cualquier alumno que pegue a otro. No toleramos un comportamiento violento en ninguna circunstancia.


¿De verdad iban a expulsar a un niño de seis años que acababa de perder a sus padres? Y si así era, ¿Qué iba a hacer con Thiago? Tenía que ir a la oficina. Ya había pedido muchos días libres tras la muerte de su hermano y su cuñada y dudaba que pudiese pedir alguno más. Se dirigió a la oficina que tenía delante, sintiéndose como una alumna castigada, y se aclaró la garganta para llamar la atención de la mujer que estaba tras el escritorio.


–Perdone, soy Paula Chaves.


–Ah, sí, la tutora de Thiago Chaves–la mujer se quitó las gafas y miró a Paula con unos penetrantes ojos azules–. Ha venido a ver a la directora.


Había pronunciado «Thiago Chaves» como si dijera «Delincuente Chaves» y a Paula le dieron ganas de recordarle que no debía juzgar a un niño de seis años que estaba lidiando con la muerte de sus padres. Pero como no quería problemas, se limitó a asentir con la cabeza.


–Por ese pasillo, la primera puerta a la izquierda. Está esperándola.


En el despacho estaban Thiago, la directora del colegio y Belén Lee, la psicóloga con la que había hablado cuando fue a matricular al niño. Y se alegró al ver que tenía una mano sobre el respaldo de la silla de Thiago, en actitud amistosa.


–Señorita Chaves –la saludó la directora–. Me alegra que haya venido tan rápidamente, eso demuestra que entiende la gravedad de la situación.


Paula se volvió hacia su sobrino.


–¿Estás bien?


Él apartó la mirada.


–Lo siento, tía Paula.


Ella tragó saliva, emocionada por su tono derrotado.


–Thiago no resultó herido en el altercado –le informó la directora–. Pero el otro niño tuvo que ir a la enfermería.


–¡Yo no quería tirarlo al suelo! –exclamó Thiago–. Sé que no debería haberlo empujado, pero… Le salió sangre, tía Paula.


Belén Lee apretó el brazo del niño.


–¿Por qué no vamos a mi despacho? Así podrás comerte el sándwich mientras la directora habla con tu tía.


Thiago miró a Paula con tal expresión de miedo que ella quiso abrazarlo y decirle que todo estaba bien, pero no sabía si era apropiado.


–A mí me parece buena idea, Thiago.


–Pero es que no tengo hambre.


–Ya sabes que no debes saltarte ninguna comida. Ve con la señorita Lee, yo iré en unos minutos.


O eso esperaba. Cuando volviese a la oficina, seguramente Pilar estaría pidiendo su cabeza. La psicóloga salió con Thiago y cerró la puerta mientras Paula se dejaba caer sobre una silla.


–Lo siento mucho. Es un buen niño… No le haría daño a una mosca.


–Tendrá que convencer de eso a los padres del otro niño – replicó la directora–. Señorita Chaves, sé que Thiago está pasando por un momento muy difícil y es una pena que la profesora sustituta no conociera la situación. Pero hay casi ochocientos niños en este colegio y docenas de ellos han sufrido alguna tragedia en el último año, de modo que no puedo aceptar eso como excusa.


–Lo entiendo –aceptó Paula.

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