miércoles, 17 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 1

La situación pedía mostrarse alegre y relajada. «Lo siento, no me queda de eso, pero el menú del día incluye: Desesperada al borde de la histeria». Era más de medianoche y Paula Chaves estaba de los nervios. Había intentado pacientemente explicárselo a su sobrina, pero los bebés de cinco meses no atendían a razones ni aceptaban sobornos.


–Por favor, Isabella, deja de llorar –murmuró, mientras paseaba de un lado a otro con el bebé en brazos. Paula miró hacia la puerta, que había cerrado para que los gritos no se oyeran por toda la casa, aunque probablemente sería tan efectivo como intentar parar un misil con un paraguas–. Por fin he logrado que tu hermano se durmiera y vas a despertarlo otra vez.


Sabía que cuidar niños no era tarea fácil, pero no había esperado que fuese imposible. Claro que, siendo una mujer soltera de veintiocho años, no había esperado convertirse en madre de dos niños de manera inmediata. Estaba demasiado cansada y la sensación de soledad era más dolorosa que los gritos de Nicole. Se le encogió el corazón al recordar la sonrisa de su hermano… La sonrisa que su sobrino de seis años, Thiago, había heredado. Aunque apenas lo había visto sonreír en las últimas semanas. Los grandes ojos castaños de Thiago eran demasiado solemnes cuando poco antes corría por toda la casa, atacando enemigos imaginarios con su espada láser. El niño había perdido su casa en Corpus Christi, Texas, el mismo fin de semana que perdió a sus padres, y después había tenido que irse a vivir con su tía en un departamento de dos dormitorios en Houston y acudir a un colegio donde no conocía a nadie. Las clases habían empezado la semana anterior y su profesora, la señora Phipps, le había dicho a Paula que apenas hablaba con nadie. Isabella dormía en la habitación de invitados y Thiago en un diminuto estudio, pero los dos, acostumbrados a una casa con jardín, merecían algo más que eso, había decidido ella. Una vez que vendiera la casa de Corpus Christi compraría una a las afueras de Houston, pero llevaba dos semanas buscando y no había encontrado nada que le gustase. Cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla. Habían pasado tres semanas desde la muerte de su hermano mayor y su esposa en un accidente de barco. Estaban emocionados por la excursión con unos amigos porque era su primer viaje desde que nació Isabella. Había ido a Corpus Christi para cuidar de sus sobrinos y recordaba a su cuñada explicándole cómo debía preparar los biberones:


–Me ha costado un poco, pero el sacaleches es un gran invento y creo que tendrás suficiente hasta que vuelva. He dejado tres biberones en la nevera.


Tres semanas después, Isabella aún no se había acostumbrado a la fórmula que compraba en la farmacia. Se la había recomendado un pediatra de Houston, pero a la niña no le gustaba. «Lo siento, cariño, no puedo hacer nada más». Paula estaba a punto de gritar, pero hizo un esfuerzo para controlarse. Debería llevarla al salón, pero su salón daba al dormitorio de los vecinos… Lo que daría por tener a alguien que la ayudase o le diese apoyo moral, al menos. Si no fuera medianoche llamaría a sus padres, que vivían en una comunidad para jubilados de Miami. Su madre había querido quedarse para ayudarla, pero Alejandra y Miguel Chaves eran mayores y no tenían la misma energía que antes. Su mejor amiga desde la universidad, Florencia Wilder, tenía una cita esa noche con su último novio y, si las cosas habían ido como esperaba, seguramente no estaría en casa.

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