viernes, 5 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 56

 —Toma —Pedro le ofreció un vaso de zumo de naranja recién hecho cuando Paula entró en la cocina.


Ella se alegró al notar que la mano no le temblaba al sostener el vaso.


—Creo que, en el futuro, sólo beberé esto —declaró ella.


—Toda una sentencia. 


—Puede ser. Pero pase lo que pase, no vuelvas a ofrecerme coñac, Pedro. Nunca.


—¿Ni siquiera si te desmayas?


—Tengo la costumbre de no desmayarme: No obstante, si se diera el caso, limítate a echarme una jarra de agua por encima. Es un remedio más rápido, más barato y menos doloroso.


—Lo tendré en cuenta —contestó Pedro, y sonrió traviesamente.


¿Sonrió traviesamente? Pedro Alfonso nunca lo hacía. Valía la pena pasar una resaca por verle sonreír así.


—Bueno, ¿Podemos irnos ya? —preguntó Pedro.


Paula dejó el vaso en el mostrador de la cocina.


—¿Estás seguro, Pedro? Sé que lo haces por ayudarme, pero...


—Agotas la paciencia de un santo, Paula. Anoche examinamos todos los pros y los contras, ¿No?


—Pero...


—Vamos, Paula, no tenemos tiempo para tonterías. Hay un hombre con unas tijeras en las manos que te está esperando.


—Bueno, no creo que un corte de pelo vaya a matarme. 


Y en la peluquería tendría tiempo para pensar en alguna forma de argumentar en contra de ese estúpido plan, porque a la luz de la fría mañana de enero, era evidente que no podía seguirlo.


—¿Qué demonios vamos a hacer con esto?


—Córteme sólo las puntas —dijo Paula con firmeza.


Pedro la había acompañado a la peluquería en la limusina, conducida por un chofer. Allí, la había abandonado a merced de aquel hombre cuyas tijeras parecían la prolongación de sus manos. El hombre de las tijeras ignoró el requerimiento de ella, se paseó a su alrededor y un par de veces elevó los ojos al techo mientras murmuraba palabras ininteligibles. Su pelo fue atacado sin compasión.  Tras lo que pareció una eternidad, aquel diabólico peluquero dió por terminada su labor: Se detuvo, giró sobre sus talones y se alejó de ella sin una palabra. Paula se quedó mirándose a sí misma delante del espejo. Era peor de lo que habría podido imaginar nunca. Su pelo, o la mayor parte de él, yacía amontonado en el suelo, a sus pies. Lo único que le quedaba eran unos cuantos mechones pegados al cuero cabelludo y a las mejillas. Alguien la llevó a uno de los lavabos donde volvieron a lavarle el pelo. Después, se lo secaron con un secador manual. Para concluir, el loco de las tijeras se le acercó de nuevo, todo sonrisas, y empezó a cortar una vez más mientras ella mantenía los ojos fuertemente cerrados porque no quería ver lo que le estaban haciendo. Al cabo de un rato, una pausa. Un rumor. La ayudante del peluquero le tocó el hombro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario