lunes, 8 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 65

La irritabilidad de Paula hizo sonreír a Pedro.


—Será un placer. Espero que te guste la cocina francesa.


—No tengo ni idea de cómo es, a excepción que la mayonesa es el equivalente a nuestra crema para ensaladas. Aunque, ahora que lo pienso... ¿Te gustaría educarme, Pedro?


—¿Educarte? —Pedro se dió cuenta que a Paula le estaba molestando algo—. ¿En qué quieres que te eduque?


—Para empezar, en lo que a la comida francesa se refiere. Después, podrías enseñarme qué tenedor y qué cuchillo utilizar en cada momento.


—¿Estás enfadada porque te he pedido un zumo de naranja sin consultarte primero? Te recuerdo que has sido tú quien me ha dicho que, desde ahora, sólo vas a beber zumo de naranja. Suponía que hablabas en serio. ¿Me he equivocado?


—Utilicé «zumo de naranja» como término genérico para describir toda clase de bebidas no alcohólicas —contestó ella—: Agua tónica, limonada, agua con gas, etc. ¿Quieres que continúe?


—Preferiría que no lo hicieras. Y te pido disculpas por ser tan tonto. ¿Qué te apetece beber, Paula?


Paula levantó su copa de zumo de naranja y bebió. Recién exprimido. Delicioso.


—Esto está bien.


—Estupendo, porque prefiero que tengas la cabeza despejada esta noche —Paula frunció el ceño—. No quiero ser responsable de lo que puedas llegar a lamentarte en el futuro.


—¿Lamentarme?


—De lo que te pase después de que Iván te vea con ese vestido.


—Creía que estábamos evitando a Iván.


—Podemos intentarlo, pero no puedo garantizar nada. Londres es sorprendentemente pequeño.


—Ya veo.


La expresión de Paula apenas cambió, pero, cuando ella se levantó, a Pedro no le quedó duda alguna de que estaba enfadada.


—Dime, Pedro, ¿Estás sugiriendo que lo único que Iván tiene que hacer es mirarme para que me meta en la cama con él? 


—¿Y tú me estás diciendo que aún no lo has hecho?


Paula enrojeció de la cabeza a los pies. Entonces, se inclinó hacia adelante y, durante un segundo, Pedro creyó que iba a tirarle el zumo de naranja a la cabeza. Pero ella dejó el vaso encima de la mesa y recogió su bolso.


—Hasta el lunes, Pedro. A las nueve. En tu despacho. Y no te retrases.


Paula se dió media vuelta y, con la cabeza muy alta, salió del bar. Estaba temblando cuando llegó al guardarropa de las señoras. Estaba a muchos kilómetros de Londres y no tenía idea de cuánto le costaría un taxi, aunque temía que las veinte libras de Pedro, que llevaba en el bolso «Por si acaso», no serían bastante. No sabía qué le había pasado, excepto que no quería que él la considerase una chica fácil, barata y desesperada por meterse en la cama con Iván. Ahora, obligada a enfrentarse a ello, se daba cuenta de, que jamás había querido acostarse con él. No sabía qué había querido de Iván, pero no era eso. Quizá fuese un «Gracias» y que la tratara como a una amiga de verdad. Sólo había un hombre con el que quería compartir la cama y... Abrió el bolso, sacó un pañuelo y se secó una ridícula lágrima. Decidió que ya había perdido demasiado tiempo en los lavabos, tenía que ir a por el abrigo. El abrigo de la esposa de Pedro. Se miró el vestido y se juró llevarlo el lunes a la tienda de caridad con el resto de la ropa que había elegido. Y los zapatos. 

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