lunes, 22 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 11

 –Vamos, Thiago, la tía Paula tiene que ponerse a trabajar para pagar los pañales de Isabella.


El niño arrugó la nariz.


–Usa muchos pañales.


–Desde luego que sí –asintió. 


Pero el número de pañales que Isabella necesitaba no era nada comparado con lo que la esperaba: Enseñarle a ir al baño, a caminar, a hablar. Respirando profundamente, se recordó que aún faltaba mucho para eso y decidió no pensar en ello. Ya había tenido suficiente por un día. En el ascensor, miró en la mochila de Thiago para ver si tenía algo con lo que entretenerse. Llevaba un cuento, un plumier con lápices y un cuaderno de dibujo.


–Por aquí –murmuró.


El niño la miró, inclinando a un lado la cabeza.


–¿Por qué hablas tan bajito?


–No lo sé. Ven, voy a presentarte a mi amiga Magalí. Es muy simpática y, si eres amable con ella, seguro que te dará un caramelo.


El bote de caramelos que Magalí tenía en su escritorio era legendario. Nada de productos baratos, sino de la mejor calidad, e incluso chocolatinas. Todo el mundo encontraba excusas para charlar con ella, especialmente a última hora, cuando necesitaban una descarga de azúcar para aguantar hasta las cinco. Magalí enarcó una ceja cuando Paula asomó la cabeza en su despacho.


–¿Dónde te habías metido? Han preguntado por tí.


Paula suspiró.


–Ha habido una pequeña emergencia en el colegio de Thiago – le dijo, empujando suavemente al niño–. Mi sobrino va a estar aquí unas horas.


Las cejas de Magalí desaparecieron en la raíz de su pelo, pero esbozó una sonrisa.


–Me alegro de conocerte, Thiago. Soy Magalí López, pero puedes llamarme Maga. Por casualidad, ¿No te gustará el chocolate?


Los ojos del niño se iluminaron, pero cuando iba a dar un paso adelante se detuvo.


–Me gusta mucho el chocolate, pero estoy castigado. Seguramente no me lo merezco.


–¿Juras que nunca volverás a empujar a nadie por decir que no tienes papá y mamá? –le preguntó Paula, intentando no pensar que un niño que se metía con otro porque no tenía padres merecía un empujón.


–Te lo juro, tía Paula.

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