viernes, 19 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 6

Tras el escritorio de caoba había un hombre alto y grande. Javier Daughtrie medía más de metro noventa y tenía hombros de jugador de fútbol, de modo que el traje de chaqueta debía ser hecho a medida. Estaba haciendo un máster mientras Pedro terminaba la carrera y su pelo se había vuelto blanco prematuramente en los últimos años.


–Todo el mundo pensará que te he contratado durante unos meses para dirigir el nuevo proyecto, pero preferiría que esto quedase solucionado en tres o cuatro semanas. Si sigo perdiendo clientes…


–Lo entiendo –Pedro acostumbraba a trabajar hasta que el cliente quedaba completamente satisfecho, pero si no había descubierto nada en un mes sería difícil dar con la pista. Y aunque por el momento tenía la agenda libre y era relativamente flexible, no podía permanecer allí indefinidamente.


Según Javier, había perdido cuatro proyectos importantes en el último año ante el mismo rival, incluso alterando su presupuesto y recortando beneficios. El cliente le había confesado después que se había visto obligado a buscar un contrato más barato debido a la crisis, pero que las ofertas eran muy parecidas. Sospechosamente parecidas.


–No me importa la competencia sana, pero esto huele mal y no tengo intención de tirar la toalla –estaba diciendo Javier–. Con la excusa de conocerlos mejor, podrás vigilar a los empleados, y una vez que hayas encontrado al culpable, el departamento jurídico se encargará de todo. Me encantaría que encontrases prueba fehacientes, pero empezaremos por cualquier comportamiento que te parezca raro.


Pedro pensó en la pelirroja a la que había visto esa mañana. ¿Soltar maldiciones y salir corriendo se consideraría un comportamiento raro? En su mundo, sí. Su madre, por ejemplo, era una mujer muy elegante y de fuerte personalidad que en su lucha contra el cáncer había demostrado un coraje increíble. Su ex prometida, Silvana, también tenía carácter. Criada en una familia de exaltados, había decidido ser una persona ponderada y racional. Conocer y enamorarse de Juan Manuel McBride, el mejor amigo de Pedro, había hecho que perdiera su habitual serenidad, pero no podía imaginar a Silvana como aquella pobre mujer. Nunca perdería la compostura de ese modo. Y él no estaba acostumbrado a esas cosas, de modo que no había sabido reaccionar. Se había limitado a limpiar las gotas de café del suelo antes de ir al despacho de Javier.


–Tengo más experiencia sacando información de los ordenadores que de la gente, pero haré lo que pueda.


–Sabía que podría contar contigo –Javier Daughtrie asintió–. Después de todo, tú sabes lo que es sentirse traicionado.


Pedro enarcó una ceja.


–Yo trabajo solo, no entiendo la comparación.


–Me refiero a tu compromiso. No puedo creer que tu novia te hiciera eso. Por no hablar de tu amigo…


–No creas todo lo que oyes –lo interrumpió Pedro–. Silvana y yo nos separamos de forma amistosa y les deseo lo mejor a los dos.


Debería haber imaginado que los rumores llegarían a Houston. La gente hablaba, aunque últimamente lo hacían a través de mensajes de texto y no desde la verja del jardín. Aunque no era asunto de nadie más que suyo, Juan Manuel le había hecho ver que pedir a Silvana en matrimonio había sido más una reacción visceral debida a la enfermedad de su madre que verdadero amor. Y tenía razón. Sentía un gran cariño por ella, desde luego, pero no estaba locamente enamorado. ¿Era capaz de amar de ese modo? Él había visto el amor entre sus padres, un amor que se había roto solo tras la muerte de su padre, y buscaba lo que habían tenido ellos, pero tal vez no era capaz de arriesgar su corazón de ese modo. Tal vez era el equivalente al beige. Una idea muy entristecedora. Claro que… Pensó entonces en la pelirroja de manos temblorosas que parecía a punto de derrumbarse. «Prefiero el digno y discreto beige antes que eso».

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