miércoles, 17 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 4

 –Pilar no ganará el premio a la compañera más simpática de la oficina, pero tiene razón. No puedo ir a la reunión así… –Paula miró su reloj–. Si preguntan por mí, dí que iré enseguida.


–Buena suerte.


Cuando Magalí salió de la cocina, Paula se maravilló de la sensación de estar sola. Era una novedad para ella… «Aquí está todo tan tranquilo…». Solo se oía el sonido de la cafetera y, si cerrase los ojos, se quedaría dormida solo unos segundos… Para no hacerlo, sacó un espejito del bolso y descubrió que solo se había pintado un ojo y que sus rizos parecían un halo electrificado alrededor de su cabeza. Suspirando, se quitó el prendedor y sacó una taza del armario. Si tenía que esperar un segundo más antes de tomar un café se volvería loca. Pero después de servírselo, levantó la taza con demasiada brusquedad y unas gotas cayeron en su blusa…


–¡Maldita sea!


–¿Necesita ayuda?


Paula levantó la cabeza al escuchar la voz masculina, pero tenía la mirada vidriosa por falta de sueño, de modo que era posible que el hombre que acababa de entrar no fuese tan guapo como le parecía. Era alto, de pelo castaño claro con algunos mechones dorados que parecían naturales y no de peluquería. Tenía los ojos verdes y unas facciones tan atractivas que podría ser una estrella de cine… Y tenía que aparecer en la oficina precisamente aquel día, cuando ella estaba hecha unos zorros. Aunque al menos se había abrochado bien la blusa. Su intención era reírse, pero el sonido que salió de su garganta no era una risa sino más bien todo lo contrario. Y entendió entonces que el dique se había roto finalmente. Desde que recibió la noticia de la muerte de su hermano y su cuñada no había tenido un minuto para llorar porque debía atender a los niños, consolar a sus padres, organizar el funeral, poner en venta la casa, buscar un sitio para guardar los muebles… Había estacionado su rabia cuando Santiago la dejó al igual que había controlado el dolor por la muerte de su hermano, pero, de repente, ya no parecía capaz de controlarse.


–Pe-perdone –sin mirar al extraño, hizo lo que había querido hacer desde que recibió la llamada de los guardacostas: Salir corriendo.


–Cariño, lo siento mucho –el tono de Florencia Wilder por el móvil era compasivo–. Sabía que estabas pasándolo mal, pero he estado tan centrada en Damián… Ya sabes cómo es cuando te enamoras, no puedes pensar en otra cosa.


No, la verdad era que no lo recordaba. Paula se sonó la nariz con papel higiénico, intentando recordar si había sido así con Santiago. Tal vez al principio. Recordaba que besaba muy bien, pero en el último año de su relación no se habían besado mucho. Sus encuentros amorosos habían sido esporádicos y rápidos, más por costumbre que por auténtica pasión. Aunque seguía pensando que era una canallada haberla dejado cuando su vida se había puesto patas arriba, estaba empezando a pensar que en el fondo le había hecho un favor.

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