lunes, 29 de agosto de 2022

Un Gran Equipo: Capítulo 24

Algo en el tono de Juan Manuel hizo que Pedro levantase la mirada… Y perdiese de vista la bola, que botó dos veces.


–¿Estás haciendo trampas?


–¡Claro que no! No esperaba que charlar un momento te hiciese perder la concentración. Juegas mientras hablas con clientes todo el tiempo –Juan Manuel sonrió–. A menos que la chica de la que estamos hablando te ponga nervioso, claro. Silvana me dijo que parecía haber cierta chispa entre vosotros.


Pedro puso los ojos en blanco.


–Silvana tiene mucha imaginación, algo habitual en los escritores. O quizá se siente culpable y quiere casarme con alguien lo antes posible.


–Está bien, no te haré más preguntas sobre tu compañera de trabajo –Juan Manuel hizo botar la bola un par de veces–. Pero podrías llevarla a la fiesta.


Era alarmantemente fácil para Pedro imaginarse del brazo de Paula y más fácil imaginarla con un vestido de noche. Había notado que tenía unas piernas fabulosas y una sonrisa que podría iluminar una habitación. Por supuesto, tendría que encontrar una niñera para esa noche… Frunció el ceño al darse cuenta de que ya estaba haciendo planes.


–No puedo salir con alguien de la oficina.


–¿Por qué no? Solo estás allí como asesor, ¿No?


–Ya, pero…


–Si no pudieras salir con las mujeres con las que trabajas o has trabajado, tendrías que tachar de la lista a miles de ellas.


–Deja de preocuparte por mi vida amorosa y saca de una vez – protestó Pedro.


En las reuniones de trabajo, él animaba a la gente a pensar en voz alta porque a menudo eso llevaba a soluciones que habían estado en el subconsciente desde el primer momento. ¿Sería bueno hablarle a Juan Manuel de Paula?, se preguntó. Pero decidió no hacerlo porque también había estado seguro de que Silvana era la mujer de su vida y había resultado ser un gran error. La mayoría de las mujeres con las que había salido reforzaban la imagen que tenía de sí mismo, pero cuando estaba con Paula veía una imagen distorsionada. El estoicismo que lo hacía tan eficaz era un problema cuando uno se enfrentaba a una mujer deshecha en lágrimas. Su habitual deseo de tener éxito, como le había explicado a ella, había sonado como una colosal arrogancia, un defecto más que un atributo. Que una vez hubiera tenido pesadillas sobre un coche parlante siempre lo había hecho sentir como un idiota, pero cuando se lo contó a Paula… Le había parecido una anécdota tonta, aunque enternecedora.


–¿Qué te pasa? –se quejó Juan Manuel, exasperado–. ¿Te das cuenta de que has perdido los últimos tres puntos y me falta uno para ganar?


–¿Qué? –Pedro se apretó el puente de la nariz con la mano libre–. Parece que hoy no estoy concentrado en el juego.


–Desde luego que no.


–El trabajo para el que me ha contratado Daughtrie es… Ligeramente diferente a lo habitual. Y si quieres que te diga la verdad, Javier me saca de quicio. Casi desearía no haber firmado el contrato.


–Javier no puede ser el único empresario insoportable con el que has trabajado, pero nunca te había oído quejarte.


–Perdona, no era mi intención aburrirte. Venga, saca.


–No, no quería decir eso. Es que me extraña porque nunca te quejas de nada. Es algo nuevo –Juan Manuel sonrió– y te convierte en un simple mortal.


Aunque Pedro sabía que su amigo estaba exagerado, sus palabras acababan de dar en la diana. Había pensado que Paula hacía que se viera de manera diferente, pero recordando su inquietud durante el verano o el impulso que le había hecho invitarla a comer, se preguntó si habría algo más. ¿Estaba cambiando, convirtiéndose en otra persona? Ese pensamiento lo animaba de una forma extraordinaria.

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