lunes, 15 de agosto de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 77

Pedro se volvió, y ahí estaba ella, a la entrada del buffet, con la cabeza agachada buscando el monedero en el bolso.


—¿Puedo pagarle con tarjeta de crédito?


—Sí, señorita. ¿Adónde va?


—A Newcastle.


—¿Sencillo o de ida y vuelta?


Paula titubeó.


—La verdad es que no estoy segura...


Pedro se inclinó sobre el hombro de Paula y le dió la tarjeta de crédito al revisor.


—Dos billetes en primera, por favor.


Paula se dió la vuelta al momento.


—¡Pedro!


Todo el amor que sentía estaba en sus ojos. ¿Cómo  no lo había visto antes? De repente, no sintió necesidad de buscar las palabras adecuadas, la verdad estaba ahí.


—Creía que...


—Iba a buscarte, Paula.


—Luciana me lo ha dicho. He venido a Londres a la boda de Ivi, y me pasé por la oficina... Y fue cuando ella me dijo que...


¿A Paula no le importaba que se casara con otra?


—Creía que me llevabas horas de adelanto —añadió ella cuando Pedro no dijo nada.


¡Y había ido a buscarlo a él! Saberlo le dió valor, coraje, esperanza...


—Te necesito, Paula.


—¿Me necesitas? —Paula lo miró a los ojos—. ¿Como secretaria?


El revisor esperaba.


—Laura es mi secretaria. Te necesito... Como esposa.


Paula creyó estar soñando. Amarlo y que la amara era más de lo que se atrevía a soñar. Y sabía lo mucho que eso significaba para él.


—Pedro... —pronunció ella en voz apenas audible—. Oh, Pedro, ¿Estás seguro? 


—Claro que está seguro, jovencita —dijo alguien animándola—. ¿Es que no ve que el pobre está perdidamente enamorado?


La intención de Pedro había sido ir despacio, de mostrarle poco a poco lo mucho que la quería.


—Sí, Paula, estoy completamente seguro. Pero estoy dispuesto a esperar hasta que tú también lo estés. Y no me importa el tiempo que te lleve.


—Dios mío, mujer, ponga fin al sufrimiento de ese pobre hombre.


Los labios de Paula esbozaron una sonrisa insegura.


—Yo estoy segura si tú lo estás.


—Bien, ya está arreglado. ¿A qué están esperando? Vamos, hombre, dele un beso.


Pedro le puso una mano en la mejilla, pero antes de poder hacer lo que aquel desconocido pasajero le había sugerido, el revisor tosió para llamarle la atención.


—Perdone, caballero, pero ¿Le importaría posponer este momento y decirme antes para dónde quieren los billetes?


Pedro no apartó los ojos de Paula.


—Para el paraíso —respondió Pedro.


—¿El paraíso? Bien, caballero —el revisor sabía cuándo darse por vencido—. ¿Y los quiere sencillos o de ida y vuelta?


—Sencillos —respondió Pedro sin vacilar—. No vamos a volver nunca de allí. 

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