viernes, 1 de abril de 2016

La Impostora: Capítulo 80

Al día siguiente, Pau estaba apoyada en la barandilla del porche en la cabaña que había alquilado y miraba la noche lluviosa. Apenas podía ver el río y las colinas no eran más que figuras negras. Sin pensar, se pasaba la mano por el brazo para entrar en calor.

Llevaba horas en esa posición. Largas, vacías horas. Había llegado hasta allí, pero no más lejos. No tenía ni idea sobre lo que iba a hacer. Marcharse había sido su único pensamiento, pero ahora no tenía propósito, ni deseo de hacer nada. ¿Para qué apresurarse si todo lo que significaba algo había desaparecido?

Buscó con los ojos en la oscuridad por enésima vez. Probablemente el paisaje era bello a la luz del sol, pero había estaba lloviendo desde que salió de casa de los Alfonso.

Debería cenar algo pero no tenía hambre. No sentía nada, excepto el frío del viento que traía la lluvia.

— ¿Tienes frío, Pau? —una voz dulce, inmediatamente reconocible preguntó tras ella.

Pedro  estaba de pie en el porche, pasándose una mano por el pelo mojado. Con una chaqueta de piel marrón y botas a juego, embutido en unos vaqueros que apretaban sus musculosas y largas piernas.

— ¿No deberías estar trabajando? —preguntó impasible.

—Cuando me llamó mi padre, pedí un aplazamiento del juicio —contestó dando un paso hacia ella.

La enfermera debía haberle dicho cómo encontrarla, aunque tampoco habría sido tan difícil porque ella no estaba escondiéndose. ¿Pero por qué había ido? Ella se lo había puesto fácil. No tenía que hacer nada más que dejarla ir. Los dos sabían que él necesitaba su libertad. Debería haberla dejado marcharse.

—No te he oído llegar.

Pau miró los ojos miel y esa masculina y atractiva cara que recordaría toda su vida. Estudió sus emociones desapasionadamente. Lo amaba. Ningún otro hombre podría hacerla sentir como él. Pero no debía estar con él. Ahora lo sabía.

—He dejado el coche un poco lejos. No quería que volvieras a salir corriendo —la informó sin apartar sus ojos de ella.

—Hay una diferencia entre salir corriendo y huir.

—Es lo mismo —contestó él.

Estaba claro que él no veía las cosas tan claramente como ella.

—Así que has decidido venir detrás de mí.

— ¿De verdad pensabas que no lo haría? —respondió fríamente dando dos pasos hacia ella.

Al hacerlo entró en el círculo de luz de la ventana, lo que la permitió ver sus ojeras y su mandíbula apretada.

—Habría sido lo mejor. Esto sólo dificulta las cosas —dijo indiferente—. Pareces agotado y no lo estarías si hubieras hecho lo que te dije.

—Gracias por tu preocupación, pero, ¿qué te hace pensar que hubiera sido más fácil dejar que te fueras? —dijo apoyándose en la barandilla a un metro de ella.

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