viernes, 22 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 2

-No, pero me ha resultado muy fácil saber su nombre sólo con preguntar quién era la preciosa mujer vestida de azul. Usted ha organizado el baile y casi todo el mundo la conoce.

Era verdad, pero ella tenía la sensación de que esa explicación tan amable ocultaba algo.

-¿Es usted de Baltimore, señor Alfonso?

Ella se concentraba en una charla trivial para intentar no pensar el los músculos que notaba claramente debajo del impecable esmoquin.

-Por favor, llámame Pedro. Soy de Filadelfia, pero me trasladé a Baltimore hace unas semanas. ¿Te has criado aquí?

-Sí -ella inclinó la cabeza-. En Columbia, fuera de la ciudad.

Él la llevaba en círculos y ella se sentía diminuta en comparación con su poderoso cuerpo. Medía casi un metro y setenta centímetros y nunca se había sentido baja. Su marido, Pablo, medía más de uno ochenta, pero tenía un cuerpo esbelto y atlético. Pedro Alfonso era unos quince centímetros más alto que Pablo y si no había sido jugador de fútbol americano, había perdido una oportunidad de oro.

Se movía con una ligereza increíble para un hombre tan grande y la llevaba con mucha soltura.

-Daría cualquier cosa por saber lo que piensas.

Lo dijo con un susurro grave y ella sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Se rió e intentó disipar cualquier rastro de intimidad.

-No vale nada. Estaba pensando en lo mucho que me gusta bailar.

-Entonces, deberías hacerlo con frecuencia.

-Soy viuda. No tengo muchas ocasiones -las palabras, dichas en voz alta, le parecieron atrevidas y muy dolorosas.

-Lo siento. ¿Hace cuánto falleció tu marido?

Aunque las palabras eran convencionales, él no parecía sorprendido por la confesión. Quizá se hubiera enterado cuando se enteró de su nombre.

-Dos años -contestó ella-. Más tiempo del que pasamos casados.

Él le agarró la mano con más fuerza durante un instante.

-¿Fue algo inesperado?

-Un accidente de coche. Un camión nos sacó de la carretera.

El rostro de Pedro se crispó.

-¿Estabas con él?

Ella asintió con la cabeza.

-Pero todo el golpe fue en su lado -sacudió la cabeza-. Lo siento. No es la conversación más apropiada para un acto social.

-No te preocupes -el vals dio paso a un ritmo más rápido, pero él no la soltó-  Entiendo que no tienes hijos...

-¡Sí! -sonrió de oreja a oreja como siempre lo hacía al acordarse de Pablito-Tengo un hijo. Nació después de la muerte de su padre. Ya tiene casi diecisiete meses.

Pedro Alfonso se quedó rígido con los brazos alrededor de ella. Abrió los ojos de par en par y ella llegó a pensar que sus palabras lo habían impresionado.

-¿Lo sabía tu marido?

-No. Yo no lo supe hasta después del accidente. Pedro se paró y ella lo miró con preocupación. -¿Te pasa algo? -le preguntó.

-No. Estoy bien -seguía mirándola con aquellos ojos penetrantes-. Ha tenido que ser muy doloroso.

Ella consiguió sonreír, aunque los meses de embarazo habían sido espantosos por la muerte de Pablo y por saber que su hijo se criaría sin padre.

-Lo fue, pero también fue un regalo increíble.

-No puedo imaginarme todo lo que has tenido que pasar.

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