miércoles, 20 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 56

—Sam dijo que recuperaría la destreza suficiente como para llevar a cabo una vida normal.

—¿Y para operar necesitas más que la destreza del día a día?

—¡Mucho más! Y no puedes engañarte porque la vida de tus pacientes está en juego. No sé que haré si...

Se levantó y se dirigió a la encimera. Paula observó cómo se tocaba el pelo con los dedos y deseó ser ella la que se lo tocase. Deseó tocarle hasta que aquella preocupación desapareciera. Pero no se atrevía a hacerlo, si no respetaba la amistad que tenían quizá lo perdiera todo.

Pedro se giró y la miró fijamente.

—¿No vas a decirme que puedo seguir siendo médico aunque no pueda operar?

Paula se mojó los labios y pensó en el humor en el que estaba Pedro. Parecía cambiante y en aquellas circunstancias quizá lo mejor era decir la verdad con un poco de sentido común. Estaba claro que no quería que lo compadecieran.

—No hace falta que te lo diga yo, tú ya lo sabes y si eso te tranquilizara no estarías tan preocupado de que tu brazo se curara bien.

—¿Crees que me estoy comportando como un niño caprichoso?

—¿Por qué te preocupa perder todo por lo que has luchado? No serías un buen cirujano si no te gustara tanto ese campo de la medicina.

—Pero la cirugía no es la única especialidad que hay —dijo él recordando lo que le habían dicho sus compañeros hasta que decidió ir a la casa de campo para no tener que escuchar más comentarios como aquellos.

—Es verdad, supongo que es como si yo no consigo trabajar de profesora de lectura y tengo que conformarme con un puesto de profesora de inglés.

—¿Y lo harías?

—Sí, porque sería también profesora.

—El problema es que no me interesa ninguna otra especialidad.

—Si yo fuera médico me encantaría ser el que asiste en los partos. Es un momento tan felíz...

Pedro la miró y de repente se la imaginó embarazada, su suave cuerpo redondeado por el embarazo, por un hijo. Su hijo. De repente sintió un fuerte deseo y tuvo que morderse los labios para controlarse.

—Los partos suelen ser rutinarios y cuando no lo son se pasa mucho miedo.

Paula frunció el ceño y pensó que era el momento de cambiar de tema.

—Es hora de que nos vayamos, el mercadillo empieza a la una.

A Pedro le encantaba la forma en que ella decidía cambiar de tema. A ella no le costaba nada contradecirle, discutir con él o hacerle callar y aquello le gustaba. La mayoría de la gente le trataba con excesivo cuidado y admiración. Parecía que le tenían miedo por el hecho de que fuera médico o porque tuviera mucho dinero. Pero a Paula no le importaba nada de aquello. Aunque a Pedro le hubiera gustado que ella lo tratara como un amante.

—Tienes que ver todo el mercadito antes de decidirte. Y según el periódico hay cerca de ciento cincuenta puestos.

Probablemente estarían toda la tarde allí. La idea de pasarla con Paula le agradaba, era mucho mejor que quedarse en casa lamentándose por lo que le había ocurrido en el brazo.

—¿Dónde lo ponen?

—En la armería de Vinton, iré por mi monedero. Te veo en la puerta.

—¡Mira eso! —dijo Paula una vez en el mercadito señalando un puesto de libros usados.

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