miércoles, 6 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 15

—El mal humor es una señal de aburrimiento.

—¡No estoy de mal humor!

Paula sintió ganas de borrar la seriedad de sus labios con un beso, pero se controló.

—Tú mismo te has traicionado. Y para que lo sepas, Pedro Alfonso, el ejercicio lo cura todo hoy en día, ¿acaso no lees?

—¿Y tú te crees todo lo que lees? —le replicó él.

Pedro era incapaz de seguir enfadado ante aquella expresión llena de felicidad. Y más teniendo en cuanta que ella tenía razón. Estaba de mal humor porque se aburría terriblemente, la inactividad le frustraba, deseaba volver al hospital a operar.

Pero si no podía trabajar, prefería hacer cosas con Paula. Pedro tomó aire al pensar en el tipo de cosas que le gustaría hacer con ella...

Se dirigió a la cocina y se sirvió otra taza de café para ocultar cómo su cuerpo estaba reaccionando ante ella. Si no tenía cuidado, terminaría asustándola y volvería a estar solo en aquella enorme casa.

Paula era la persona más interesante con la que se había cruzado desde hacía tres semanas, el tiempo que llevaba allí. No podía permitir que se fuera.

—¿No estarás insinuando que alguien es capaz de publicar algo que no es verdad?

Los ojos marrones de ella brillaban con intensidad y su boca sonreía de una forma que a él le hacía feliz. Sintió ganas de acercarla y estrecharla entre sus brazos, de besar aquellos labios y absorber su felicidad, su alegría, tan sólo estar cerca de ella parecía iluminar el día.

—¿No serás una de esas fanáticas del ejercicio, no?

—Yo hago las preguntas aquí, tú eres el enfermo.

—Yo no diría que romperse un brazo es lo mismo que estar enfermo, además, ¿nunca te han dicho que has de ser amable con la gente lesionada?

—Perdona, pero soy de las que creen en mantenerse firmes y seguir adelante —contestó ella mientras pensaba lo sumamente amable y cariñosa que le gustaría ser con él.

Lo metería en la cama y le...

Estaba a punto de decirse a sí misma que debía dejar de soñar despierta cuando se dio cuenta de que no había razones para dejar de hacerlo. Si quería tener fantasías con Pedro Alfonso, podía tenerlas, de hecho si quería hacer algo más que fantasear con él también podía. Siempre que estuviera en Illinois para el comienzo de curso, podía hacer lo que quisiera.

El problema era que estando cerca de él le resultaba difícil recordar cuáles eran sus planes de futuro. La fuerte personalidad de aquel hombre lo abarcaba todo.

—Deberías hacer una tabla de ejercicios suaves —insistió ella.

—Odio el ejercicio.

—La gente que hace ejercicio goza de mejor salud que los que no lo hacen.

—Ahora me hablas como a un niño.

—He intentado razonar como un adulto, pero tú no me escuchas.

—¿Y si haces ejercicio conmigo? —Pedro se quedó mirándola a la expectativa.

En cualquiera de los dos casos él saldría ganando, o abandonaba el tema o accedía a hacer ejercicio con él.

—¿Qué tipo de ejercicio?

—Y yo que sé, tú eres la que insistes tanto.

Paula pensó en la incomodidad de hacer ejercicio y lo comparó con lo agradable que sería hacerlo acompañada de Pedro y se decidió.

—¿Quizá podamos caminar un poco? Caminar es un ejercicio agradable.

—No para mí, pero supongo que podré aguantarlo.

—¿Duermes la siesta? —le preguntó para decidir cuál era la mejor hora para caminar.

—¿Una siesta? ¿Cuántos años crees que tengo?

—Dos años, más o menos, por lo menos actúas como un niño de dos años... Pero te referías al aspecto, ¿no es así? —le dijo Paula con una sonrisa que hizo que el mal humor de Pedro desapareciera por completo.

Paula observó el brillo de los ojos de él y se alegró de que el imponente Pedro Alfonso fuera capaz de reírse de sí mismo.

—Creo que me lo estaba buscando —dijo él.

—Así es, ¿y qué hay del desayuno?

—Te he dicho que no hace falta que me prepares nada.

—Y no voy a hacerlo, voy a prepararme algo para mí.

—En realidad, no he estado desayunando nada, así que no creo que haya nada para comer.

Paula se mordió el labio y decidió no decirle lo que pensaba acerca de saltarse el desayuno, ya había sido suficiente por un día, lo dejaría para otro momento.

—Muy bien, si no tenemos nada para desayunar, ¿por qué no vamos a que yo me compre algo de ropa y a la vuelta pasamos por el supermercado?

—Muy bien.

Paula vió cómo vaciaba el contenido de la taza en el fregadero, la fregaba y la dejaba a secar. Estaba claro de que era un hombre ordenado, ¿se lo habría enseñado una mujer? Si era así no debía haber sido su mujer ya que la camarera del bar le había dicho que no estaba casado. Quizá tenía novia. Aquella idea no le gustó, pero tuvo que reconocer que el hecho de que la posible mujer que saliera con él no estuviera en aquella casa no quería decir que no existiera. Tal vez ella trabajaba. O tenía hijos que no podían dejar de ir al colegio.

Paula  se preguntó cómo podría averiguar aquello sin preguntarle directamente, ella era libre de hacer lo que quisiera, pero no quería estropear la relación de otra persona, de repente tuvo una idea.

—¿Para cuántas personas he de cocinar este fin de semana? —intentó que la pregunta pareciera estrictamente profesional.

—Sólo para tí y para mí. Se supone que tengo que descansar completamente así que no le he dicho a nadie dónde pueden localizarme. Las visitas inesperadas suelen resultar agotadoras.

—Y las planeadas también— -dijo Paula.

Se esforzó por no mostrar la alegría que había sentido al saber que Pedro no estaba comprometido con nadie. Las posibilidades se abrían ante ella. Y de repente la vida parecía llena de promesas.

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