miércoles, 27 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 21

-Gracias -dijo ella-. No queremos distraerte de tu trabajo. Intentaré que no grite.

-No me molestan.

-¡Alf! -el niño le señalaba con el dedo y él se agachó con una sonrisa.

-¿Qué pasa, amigo?

-Alf -Pablito le ofreció una de las palas de juguete.

Su vocabulario sería limitado, pero el significado estaba muy claro.

-Muy bien -Pedro tomó la pala-. ¿Quieres que te haga un castillo?

Los ojos del niño se iluminaron y mostró unos dientes diminutos y perfectos.

-¡Uhhhh!

La tierra estaba fría gracias a la sombra de unos árboles y un poco húmeda por la lluvia de la noche anterior. Era perfecta para darle forma.

Pedro agarró un cubo y empezó a llenarlo. Pablito se unió a él inmediatamente y golpeó la superficie cuando estuvo lleno. Pedro le dió la vuelta con cuidado y cuando lo levantó, una torre perfectamente redonda se erguía sobre la tierra que había allanado Paula. Lo repitieron varias veces como si fuera una fortaleza y Pedro hizo unos muros entre las torres.

Casi había terminado de dibujar los ladrillos de la última torre cuando se dió cuenta de que Pablito había perdido el interés y estaba llenando de tierra un camión rojo. Se sentó en los talones y se limpió las manos y la ropa. Miró a Paula por encima de la cabeza de Pablito.

-Me parece que la cuadrilla de construcción ha terminado por hoy.

Ella sonrió cariñosamente y miró a su hijo.

-Su capacidad de concentración deja algo que desear. Según lo que he leído, concentrarse durante poco tiempo es cuestión de la edad... ¡Pablito! -gritó apremiantemente-. No...

Pedro volvió la cabeza y vió al niño que se sentaba en medio del castillo.

-...te sientes ahí... -terminó Paula con un tono resignado.

Pedro la miró atentamente mientras ella levantaba a su hijo y le sacudía la tierra. Él no había estado mucho con niños, pero suponía que el comportamiento de Pablito era el normal.

Pablito estaba divertidísimo y no paraba de reírse. Se zafó de su madre y fue al césped en busca de otra aventura.

Paula miró a Pedro por encima de las ruinas del castillo. Sus ojos brillaban de alegría y a él le pareció muy divertido. Ella estalló en una carcajada y él la siguió.

Paula se rió hasta que le brotaron las lágrimas.

-Tu expresión no tenía precio -balbuceó ella mientras se sujetaba el vientre-. Tu obra maestra destruida por unos pañales malolientes.

-Mereció la pena -aseguró él cuando pudo hablar-. ¿Te has dado cuenta de lo contento que estaba consigo mismo?

Paula asintió con la cabeza sin dejar de reírse.

-Es un bicho. En cuanto veo ese brillo en sus ojos, sé que está tramando algo.

-Tendré que recordarlo.

Paula dejó de reírse y se hizo un silencio cómplice mientras miraban al niño que se tambaleaba y farfullaba algo en un idioma incomprensible. Ella suspiró.

-Es muy gracioso. Se me rompe el corazón al pensar que va a criarse sin conocer a su padre y que Pablo no podrá compartir estos momentos conmigo.

El tono no era lastimero sino reflexivo.

Pedro tuvo que morderse la lengua para no decirle la verdad, pero cuál era la verdad, se preguntó a sí mismo. Ella pensaría que estaba como una cabra y a lo mejor era verdad. ¿Cómo podía saber cosas tan íntimas sólo por un transplante de corazón?

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