lunes, 18 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 54

—¿Te duele el brazo? —le preguntó Paula.

—No.

— ¿Cuándo te quitan el yeso?

—Dentro de un par de semanas. Tienen que hacerme una radiografía y Sam supervisará la curación.

—¿Quién es Sam?

—El ortopeda que me operó el brazo.

Paula lo miró extrañada, no se solía operar por una simple fractura...

—¿Cómo te lo rompiste?

—Yo no me lo rompí.

—¿Y qué pasó?

—Una bala rompió el hueso.

—¡Una bala! —exclamó ella horrorizada— ¿Dónde estabas para que te disparasen?

—Estaba en la sala de urgencias del hospital con una víctima de un accidente. Hay detectores de metales en la entrada del hospital, pero aquel día los había apagado porque el sistema tenía un fallo y no dejaba de pitar y molestaba a los enfermos. Así que unos chicos llevaron a un amigo que estaba muy drogado. Iban armados pero los vigilantes no lo detectaron.

— ¡Dios mío!

—Bueno, el caso es que cuando la enfermera fue a curarlo, el chico pensó que estaba atacándolo y le disparó. Yo estaba en la habitación de al lado.

—E intentaste quitarle la pistola.

—No tuve opción, la enfermera estaba desangrándose en el suelo, necesitaba ser atendida y quién sabe a quién más podía haber disparado, estaba muy drogado. Tampoco tenía muy buena puntería porque me dijo que me iba a meter una bala en la cabeza y en su lugar apuntó a mi brazo.

Paula agarró la mano de Pedro.

—Podrías haber muerto —le susurró horrorizada al pensar que podría no haberlo conocido.

Aquello hubiera sido como vivir en una serie de televisión en blanco y negro, sin la cantidad de colores que tenía en aquel momento su vida.

—Espero que hayan despedido a ese vigilante, no le registró bien y por su culpa les dispararon a tí y a esa enfermera, ¿qué tal terminó ella?

—Se recuperará, aunque no quiere volver a trabajar en urgencias.

—Es comprensible, nunca he pensado que los hospitales eran lugares peligrosos, pero ahora...

—Normalmente no lo son. Pero después de lo que ha pasado, tal vez nunca recupere la movilidad suficiente en los dedos como para volver a operar —le dijo para dejarle claro que tal vez no pudiera volver a ejercer la medicina—. Parece ser que el hueso está soldándose bien, pero todavía es pronto para saber si los nervios o los músculos están dañados.

Paula notó lo preocupado que estaba, pero no sabía qué decir. Sus problemas con los estudios eran insignificantes comparados con lo que Pedro tendría que afrontar si no podía volver al trabajo.

—Tienes que esperar para saber qué pasa y supongo que la espera se hace eterna.

—No es tan mala desde que tú apareciste. Tenías razón cuando dijiste que necesitaba alguna afición para distraerme un poco. Hasta que me dispararon estaba completamente dedicado a mi trabajo.

Paula se alegró de oírle decir aquello.

—Pero aún no hemos encontrado algo que te interese.

—¿Qué hay hoy? ¿Has mirado en el periódico?

—Ensayo del coro en la iglesia. Están buscando gente.

—A mí seguro que no me buscan, no sé cantar ni en la ducha.

—Aunque ellos no podrían quejarse de tí.

—¿Por qué?

—Porque la Biblia dice que hemos de hacer un ruido alegre para llamar al señor, no dice nada de tener que cantar bien,

—No me importa lo que diga la Biblia, no quiero que la gente hable mal de mí. ¿Y qué hay mañana?

—Mañana hay un mercadito de segunda mano en Vinton. Podríamos ir.

—¿Para qué?

—Quizá puedas hacerte coleccionista de algo.

Pedro la miró detenidamente, lo único que él quería coleccionar eran partes de ella, y lo antes posible, antes de que alguien se le anticipara. No tenía ganas de visitar ningún mercadito, pero disfrutaría sólo por estar con ella.
—Quizá lo que necesites es un abogado —le dijo Pedro la mañana siguiente cuando ella regresó a la cocina tras hablar con la compañía de seguros.

—Un abogado me cobraría más de lo que vale el coche, y hasta el mes que viene no tengo nada que hacer.

—Entonces, ¿por qué sigues llamándolos?

—Es una cuestión de principios—aquélla era una de las razones y otra era que no quería que Pedro se diera cuanta de lo mucho que deseaba quedarse en aquella casa con él.

Por primera vez en su vida su sueño de convertirse en profesora era secundario, lo que más deseaba en el mundo era estar con Pedro. Y aquello era algo que la preocupaba.

Pedro la miró y decidió no ofrecerse a pagarle el abogado. Ella era una mujer muy independiente, no parecía gustarle que le ofrecieran dinero. Y él quería complacerla, quería complacerla y hacerle el amor. Miró los labios de ella y sintió ganas de besarla, quería besarla, saborearla, deseaba tanto hacer el amor con ella que se estaba convirtiendo en una obsesión.

Se prometió a sí mismo que lo haría, pero no debía apresurarse. No quería que Paula fuera una aventura más, quería que formara parte de su vida para siempre. Quería verla en la misma mesa en la que desayunaba él todas las mañanas y quería dormir en la misma cama que ella el resto de su vida. Quería casarse con ella. Y la única forma que tenía de conseguir eso era teniendo paciencia.

Lo primero que tenía que hacer era convencerla de que Illinois no era el único lugar donde podía terminar sus estudios y que en Boston podría hacerlo también. Una vez ella hubiera estado de acuerdo, él podría arriesgarse a intimar más con ella. Mientras tanto debía ser paciente.

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