lunes, 25 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 15

-No, gracias. Todo está controlado.

-Ya lo veo -tenía los ojos muy oscuros y una arruga separaba las cejas-. Paula... siento haberte causado tantos problemas. Cuando me invitó Pilar, supuse que tendrían gente para cocinar y servir la mesa. Yo no habría...

-No importa -dijo ella apresuradamente-. No creo que haga falta mucha gente si sólo estamos Pilar, Pablito, Alicia y yo. Alicia y yo solemos ocuparnos de las comidas. Si vamos a dar una cena o una fiesta, contratamos personal preparado, naturalmente.

-Bueno, sigo agradeciéndote el esfuerzo que has hecho. Yo habría cenado encantado en la cocina.

-A Pilar le habría dado algo si se me ocurre decir que nuestro invitado iba a cenar en la cocina.

Paula sonrió. Estaba segura de que él sólo quería tranquilizarla. Tomó dos platos con las manos, se puso el tercero en el antebrazo y señaló con la cabeza una cesta con pan.

-Ya que estás aquí, ¿te importaría llevarla?

-En absoluto.

Tomó la cesta de pan, sujetó la puerta batiente que separaba la cocina del comedor y esperó a que Paula dejara los platos para volver a ayudarla a sentarse.

-Gracias -dijo ella.

Cada poro de su cuerpo sentía su cercanía y estuvo a punto de dar un salto cuando notó su aliento en la oreja.

-De nada.

La voz era grave y profunda e hizo que esa frase convencional adquiriera un tono tan íntimo que inmediatamente le evocó cuerpos resbaladizos y sábanas de seda. Podía imaginarse demasiado bien el placer que podría alcanzar con él.

Alejó aquellas imágenes de su mente e hizo acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía.

Él habría preferido comer en la cocina, pensó Pedro, mientras observaba la preciosa mesa a la que acababa de sentarse. Daba igual cuánto tiempo hiciese desde la última vez que tuvo que preocuparse por el dinero, en el fondo, seguía sin sentirse cómodo rodeado de tanta riqueza.

Se había acostumbrado a usar jerseys de cachemir y no podía negar que le gustaba conducir coches deportivos, de los que tenía demasiados. El jacuzzi y el gimnasio de su casa le encantaban, como le encantaba poder donar dinero a las obras de caridad que le apetecieran.

Pero dudaba mucho que alguna vez aceptara que otra persona le lavara la ropa y le hiciera la comida. El césped se lo cortaban unos chiquillos por una cantidad muy prudencial y, aun así, tenía remordimientos por no hacerlo él mismo. Seguía apagando las luces cada vez que salía de una habitación y nunca dejaba el grifo abierto mientras se lavaba los dientes. Preferiría que le cortaran una mano antes de contratar un mayordomo o un chofer como la gente esperaba que hiciera. Sin duda, era más un hombre de acero inoxidable que de plata.

En cambio, Pilar y Paula eran metales preciosos. Muy pulidas y bien cuidadas. Todavía no estaba seguro de si eran ostentosas o discretas, pero no creía que ninguna de las dos supiera lo que era salir a trabajar por la mañana sin saber si tendría electricidad cuando volviera por la tarde.

Era una cena interesante. Pilar habló sin parar y pasaba de contar historias de sus amigas del golf o de sus organizaciones cívicas a contar anécdotas de su nieto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario