domingo, 24 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 7

Incluso conocía el regusto característico de Paula. Una parte de él quería conservarla porque era suya, pero, en realidad, nunca había sido suya.

Sabía que la había importunado y lo lamentaba, pero no tanto como para no acercarse a ella.

Sin embargo, ¿cómo podía lidiar esa situación? Pablo Rodríguez tuvo que amar a aquella mujer con todo su corazón, pero el corazón de martín Rodríguez latía en el pecho de otro hombre. Su pecho. Él deseaba a la mujer de Pablo Rodríguez con toda su alma y lo peor de todo era que ella río lo sabía y nunca lo sabría. No podía saberlo, se dijo al recordar la reacción de ella cuando se planteó conocer al receptor del corazón de su marido.

-¡Holaaaa!

Pedro miró en dirección a la voz y vió a Pilar Rodríguez. La suegra de Paula lo saludada vigorosamente con la mano desde la galería de una gran casa de ladrillos que había al otro lado de la piscina.

-Hola, señora Rodríguez.

-¡Llámame Pilar! ¿Vendrás a comer?

Se dijo que no debería hacerlo. Ya había terminado con la mudanza y le vendría bien empezar a instalarse, pero... a lo mejor volvía a ver a Paula y si era sincero consigo mismo, estaba deseándolo.

-Te lo agradezco.

Rodeó la piscina y subió por el camino de piedras que transcurría entre los elegantes y descuidados jardines.

-Cómo me alegro -dijo Pilar mientras él se acercaba-. Paula se ha ido a una comida y el ama de llaves acaba de acostar a mi nieto para la siesta. No tengo nada que hacer. Distráeme un poco.

Pedro  sonrió aunque se sintió muy decepcionado al saber que Paula no estaría con ellos. Pilar era irresistible. Su propia madre había muerto hacía unos años y si bien su serenidad no tenía nada que ver con la exuberancia de Pilar, las dos se parecían en que todos los que las rodeaban se encontraban inmersos en el cariño y el amor.

-Me encanta la idea.

Pedro le ofreció el brazo y dejó que ella lo introdujera en la casa.

-¿Qué te parece Paula?

Pilar no se anduvo con rodeos mientras se acomodaban en el mirador donde había cuencos con consomé, deliciosos sándwiches de pepino y ensalada de huevo duro.

Alicia, el ama de llaves, no se alteró lo más mínimo cuando Pilar, se lo presentó y le dijo que se quedaría a comer. Él se recordó que tenía que alabarle la comida.

Pedro sonrió a Pilar y ella le devolvió la sonrisa con un brillo de alegría en los ojos.

-¿Haces esto con todos los hombres que conoce ella?

-Sí, pero estás eludiendo la pregunta.

-Paula es preciosa, pero no estoy seguro de si es tan impresionante como tú vestida de rosa.

Pilar se rió mientras se acariciaba el vestido que parecía sacado de una fiesta campestre del siglo pasado.

-Adulador.

-Sincero -brindó con el vaso de agua-. Esta casa es muy bonita. Tengo que confesar que no sabía si había hecho bien al aceptar tan rápidamente, pero ahora a lo mejor tienes que sacarme de aquí con una palanca.

-Era la casa familiar de la familia de mi marido -los ojos de Pilar se abatieron-. Gabriel murió repentinamente hace unos años.

Pedro sintió lástima al darse cuenta de que ella había sobrevivido tanto a su marido como al único hijo que había tenido y le tomó la mano.

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