viernes, 29 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 24

Paula casi dió un salto fuera del sendero. No lo había oído acercarse.

Intentó apartarse, pero sus manos mantuvieron el ritmo, los pulgares le deshacían los nudos de la base del cuello que ella ni siquiera sabía que tenía.

Era la primera vez que la tocaba desde el baile y le pareció algo muy íntimo en la creciente oscuridad.

-No te muevas -le dijo él-. Tienes los hombros como si fueran de cemento.

-Es... la... tensión.

Tenía los nervios más tensos que nunca. Se quedó en silencio y rígida mientras oía el roce de sus dedos con la tela. También oía su respiración en el silencio que los rodeaba.

Él le pasó los dedos por debajo del pelo. -¿Qué te pone tan rígida?

-Tú.

Él paró inmediatamente y se hizo el silencio.

Ella se arrepintió en cuanto oyó lo que acababa de decir. ¿Qué estaría pensando? Era un invitado de la familia, nada más... y nada menos.

-Quería decir...

-Shhh.

La giró delicadamente, le puso un dedo sobre los labios y con la otra mano le sujetó el cuello por la nuca, los largos dedos entraban por debajo del pelo hasta rozarle la oreja.

-Sé lo que querías decir. Tú también me pones bastante tenso.

Ella levantó las manos y agarró sus muñecas. ¿Para apartarlas? Ella misma no lo sabía.

-Paula -la voz era ronca y rebosante de deseo-. Tengo que besarte.

Era una forma extraña de decirlo, pero ella sabía exactamente lo que quería decir. El se inclinó hacia ella y ella levantó la cara como si algo le obligara a hacerlo. Se aferró a sus muñecas como si fueran una tabla de madera en medio de una tormenta. Eran fuertes y musculosas y él olía a una virilidad embriagadora, a una mezcla de colonia y aroma masculino.

Cuando los labios se encontraron, ella supo que había estado mintiéndose. Él era mucho más que un invitado de Pilar o un inquilino de la casa de invitados. Era el peligro. Era el deseo. Era todo lo que había tenido y un instante brutal le había arrebatado. Era lo que había añorado durante dos años. Si era sincera consigo mismo, era mucho más que todo eso.

Era un desconocido que le resultaba conocido y, por algún motivo, tenía la sensación de haber estado ya en sus brazos. Su abrazo le era conocido, aunque su cuerpo fuera más grande y más duro que el de su marido. La rodeaba ardientemente y la estrechaba contra sí con fuerza.

Le rodeaba la espalda con un brazo y con la otra mano le sujetaba la nuca.

Todo era fácil y fluido, como si hubieran estado así un centenar de veces, y ella se sentía relajada.

Tenía la boca sobre la de ella y ella se entregaba ciegamente, como si el cuerpo le cobrara vida por el contacto. Hacía tanto tiempo... No pudo evitar un leve ruido que le salió de lo más profundo de la garganta y una parte de ella, la que no estaba concentrada en corresponder a sus ardientes besos, no salía de su asombro.

Hacer el amor con su marido había sido un placer y divertido, pero no había sido como aquel maremoto que la arrastraba y la convertía en un amasijo de anhelantes terminaciones nerviosas.

Él le rozó los labios con la lengua y ella se estremeció. El leve contacto hizo que le bullera todo el cuerpo y que los pezones y las entrañas se le contrajeran al instante. Le flaquearon las rodillas y él la abrazó con más fuerza, con un contacto pleno que le presionaba la virilidad rampante contra el vientre. Ella volvió a gemir y separó los labios para tomar aliento. Él introdujo la lengua y se deleitó con un paladeo erótico que la llevó a un juego del escondite arrebatador.

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