martes, 12 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 32

Estaba claro que el simple hecho de que él la tocara hacía que todo su cuerpo se encendiera como una llama, pero aquello no se convertiría en un problema siempre que se asegurara que Pedro  no se daba cuenta de lo mucho que le afectaba cualquier roce de su piel con la de él. Estar cerca de Pedro exigía cierto grado de sofisticación y ella iba a tenerla aunque tuviera que controlar una tormenta para conseguirlo.

—Quizá no te des cuenta pero estás al borde del precipicio.

—Y creo que la pendiente es mucho más pronunciada de lo que parece.

Una voz delante de ellos pidió silencio y a Paula le alivió poder dejar la conversación con Pedro. Quizá si prestaba mucha atención a la conferencia, podría olvidarse de la atracción que sentía por él durante unos momentos y así tranquilizarse un poco.

Abrió la libreta y esperó a que terminaran de presentar a la doctora Anderson, la conferenciante.

Paula se quedó estupefacta al ver a una mujer levantarse y dirigirse hacia el estrado. Se trataba de la doctora Anderson y  ¡era una mujer despampanante! Una mujer de las que los hombres se quedan mirando sin poder apartar la mirada.

Paula miró a Pedro de reojo, él la estaba mirando con una expresión indescifrable, era imposible darse cuenta de nada de lo que estaba pensando. Quizá no le gustaban las mujeres rubias de piernas interminables y con trajes de seda negros. Un traje de seda negro que resaltaba su esbelta figura y dejaba al descubierto sus interminables piernas.

La doctora Anderson no tenía que preocuparse por su cociente intelectual, pensó Paula, tan sólo por estar allí conseguiría que nueve de los diez hombres que la mirasen le ofrecieran cualquier cosa que pidiera.

Se arrepintió de pensar algo así, no era culpa de ella tener aquel aspecto, merecía ser respetada por sus ideas y no sólo por su aspecto.

Se obligó a prestar atención a lo que decía en lugar de fijarse en su aspecto. Algo que le resultó difícil de hacer desde el momento en que ella se fijó en Pedro, porque parecía hablar sólo para él.

Paula se movió incómoda. Lo peor de todo aquello era que había sido idea suya ir a aquella conferencia, si hubiera sido por él ambos estarían en la casa haciendo... ¿Haciendo el qué?

De repente se imaginó a Pedro encima de ella con una mirada llena de deseo y una sonrisa muy sensual. Paula intentó calmarse y no dejarse llevar por su imaginación, a pesar de lo placentera que resultaba la idea. Tenía que prestar atención.

Sin embargo el escuchar las teorías de la doctora Anderson sólo le sirvió para darse cuenta de que no estaba de acuerdo con ella, sus ideas parecían tan insensibles...

Se sintió aliviada cuando la gente empezó a aplaudir al final de la conferencia.

— ¿Alguien quiere hacer alguna pregunta? —preguntó ella con una sonrisa benevolente.

Paula pensó cómo se le había ocurrido asistir a una conferencia en la que la doctora parecía pensar que los niños eran objetos inanimados.De repente se sorprendió al ver que Pedro alzaba la mano.

—Sí —dijo la doctora Anderson con una de sus más espléndidas sonrisas.

—¿Qué evidencia tiene de que el cociente intelectual del niño se define a la edad de dos años? —le preguntó Pedro.

—Durante mi larga experiencia en este campo me he dado cuenta de que los intentos de elevar el cociente intelectual del niño después de los dos años suelen fracasar.

2 comentarios:

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  2. Buenos capítulos... aunque me estaría haciendo falta algo de acción! que pongan en marcha lo q sienten!

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