domingo, 3 de abril de 2016

Inesperado Amor: Prólogo

—¿Qué diablos estás haciendo?

Paula se preparó para sentir aquel miedo que la invadía cuando enfadaba a su madre. Pero no lo sintió, era como si ya no le importara...

—¡Paula!, ¡te he hecho una pregunta! ¿Por qué no me dijiste que habías vuelto pronto del trabajo? Sabes lo nerviosa que me pone oír cualquier ruido extraño en la casa. Si con veintisiete años no has aprendido a ser un poco considerada no sé cuándo lo serás. Yo no tardaré mucho en morirme y entonces tú podrás hacer lo que se te antoje.

Paula apartó la mirada de la maleta que estaba llenando de ropa y miró fijamente a su madre, sus delicadas facciones. De repente, se fijó en cosas que nunca había visto en ella.

—¿Qué diablos te pasa? —volvió a hablar su madre—. ¿Por qué me miras así? ¿No te habrán echado del trabajo, no? —la voz de Alejandra  se volvió más aguda.

—No me han echado, madre, me he ido yo. Me acabo de despedir.

Paula se acercó al armario lleno de ropa color pastel y de vestidos y faldas de volantes. Aquella ropa no le sentaba bien, le sentaba bien a su madre, que era muy bajita y rubia, pero cuando ella se la ponía parecía una colegiala.

Paula decidió que nunca más volvería a comprar nada que no le gustara y cerró la puerta del armario de un portazo.

—¿Cuántas veces te he dicho que no des portazos? —le preguntó su madre.

—No lo sé —dijo Paula— Pero ésta será la última vez que me lo tendrás que decir porque me marcho.

—¿Que te marchas? —Alejandra se puso la mano en el pecho y la miró estupefacta— Me siento...

Paula la miró incrédula.

—Se te ha pasado el momento, mamá, ya deberías haber interpretado tu personaje.

Paula se giró, abrió el cajón de la ropa interior y vació su contenido en la maleta. Después la cerró.
La madre de Paula la miraba muy sorprendida.

—¿Cómo puedes hablarle a sí a tu propia madre?

—¿Y tú cómo pudiste mentirle a tu propia hija? Tu medico me llamó al trabajo esta mañana y me pidió que pasara a verlo a la hora de comer. Fue una comida muy reveladora —Paula se estremeció al recordar la vergüenza que había pasado— Me habló de lo mucho que te estaba presionando. Me contó que le habías dicho que cuando tú quisiste buscar trabajo para llenar el hueco que sentías tras la muerte de papá, yo no te lo había permitido—Paula se entristeció al recordar a su padre— Y también me dijo que tu corazón está perfectamente.

—Probablemente le habrás malinterpretado —replicó su madre—. Sabes que no eres demasiado inteligente.

Paula no prestó atención a aquel insulto que su madre solía repetirle a menudo.

—Y cuando terminé de comer con él empecé a pensar en las muchas otras cosas en las que me habrías mentido, así que fui a ver al abogado que se encarga de administrar las pertenencias de papá.

—¡No tenías ningún derecho a hacer eso!

Los ojos de Paula se nublaron durante unos segundos. Estaba furiosa.

—Tengo todo el derecho ya que soy una de las herederas. He averiguado que papá no sólo no te dejó arruinada como tú dices sino que te dejó bastante dinero con el que mantenerte. Y también me dejó a mí el suficiente dinero como para terminar mis estudios.

Cerró la maleta y se dirigió a la puerta.

—¡Pero no puedes abandonarme! ¡Te quiero!

Paula se detuvo y miró a su madre.

—¿Quieres decir que me has estado mintiendo durante todo este tiempo porque me querías?

La madre de Paula no quiso contestar.

—¿Adonde vas? ¿Qué vas a hacer?

—Voy a irme lo más lejos posible de aquí y pretendo empezar a vivir de verdad, porque hasta ahora tan sólo he estado viviendo para tí.

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