domingo, 17 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 47

—Sí, pero pensaba hacerlo mientras trabajo para poder mantenerme.

Pedro frunció el ceño. Quería decirle que él pagaría las facturas, pero no se atrevía hacerlo. En primer lugar porque estaba seguro de que ella no estaría de acuerdo y en segundo porque no quería confesarle aún que era médico. Ya había sacado el tema, con aquello bastaba. Volvería a hablar de ello cuando recibiera la información de su amigo.

—¿Hasta dónde vamos a caminar hoy? —preguntó Pedro.

Paula miró su reloj.

—Caminemos otros diez minutos y después regresaremos. Aunque deberíamos acelerar el paso.

—¿Cómo de rápido? ¿Así? —Pedro comenzó a acelerar el paso y Paula se dispuso a seguirlo, pero de repente se resbaló y se cayó por una pequeña ladera que llegaba hasta un arroyo.

Pedro se apresuró detrás de ella y la sacó del arroyo.

—¿Quieres ir lo suficientemente rápido como para romperte el cuello, no es así?

—No me he roto nada y además no es culpa mía que el terreno sea tan inestable —le contestó ella.

Tembló de frío al sentir como el agua helada traspasaba sus vaqueros.

—No, pero sí será culpa tuya si te resfrías por quedarte aquí con la ropa mojada. Vamos —la agarró del brazo y regresaron al camino— A casa, necesitas un baño caliente —Paula volvió a temblar al regresar al camino— Quizá deberías quitártelos —sugirió Pedro— Podrías usar mi jersey para secarte y después...

—No —Paula se negó en rotundo.

No estaba dispuesta a quedarse en ropa interior delante de él. No se atrevía a hacerlo, no tenía la suficiente seguridad en sí misma como para llevarlo a cabo. Ella seguía pensando que sus piernas eran flacas y además llevaba unas bragas blancas muy poco femeninas. Probablemente él en lugar de sentir deseo se reiría de ella.

Y lo que ella quería que Pedro sintiera era deseo, quería que la mirara y que no pudiera evitar tocarla, que la deseara con toda su alma, quería... Quería la luna, ella lo sabía. Pero ella no estaba acostumbrada a coquetear con los hombres, no sabía cómo hacerlo y nunca sabría.

-—Date prisa —le dijo Pedro mientras la agarraba del brazo.

Paula se apresuró, aunque le importaba más sentir aquellos dedos que la garraban con fuerza que el hecho de que sus zapatos estuvieran encharcados.

Cuando llegaron a una parte más estable del camino él la soltó y ella lo lamentó. Paula pensó que se estaba volviendo loca, después de todo Pedro no era más que un amigo. Aquellos besos que le había dado no significaban nada, y menos con un hombre tan atractivo como él.

—Ve a darte una ducha caliente mientras yo preparo un poco de café —le dijo Pedro cuando llegaron a casa— No quiero que te pongas enferma.

Lo que ella sí deseaba era ponerse cerca de él, tan cerca que terminaran en la cama ¿Qué aspecto tendría Pedro desnudo? Lo miró atentamente mientras él abría la puerta. Paula sintió cómo sus pezones se endurecían ante la perspectiva de verlo desnudo y se sonrojó.

Pedro abrió la puerta y la invitó a pasar.

—¡Maldita sea! Estás roja, tal vez tengas fiebre...

—No voy a caer enferma —dijo ella aliviada de que él pensara que se debía a la caída. Se moriría de vergüenza si él supiera que el mero hecho de mirarla le provocaba tal deseo—. Una vez leí que aunque te mojes no tienes por qué resfriarte.

—Eso es verdad, pero si pasas frío tus defensas disminuyen y si tienes algún virus esta situación facilita que caigas enfermo. Vete a tu cuarto.

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