miércoles, 13 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 36

Lo volvió a mirar y tuvo la impresión de que la barrera que tenía para protegerse de él era tan fina que no sería difícil de romper... Tembló al pensar en el desorden que algo así causaría en su vida.

—¿Qué te pasa?—Pedro la había visto temblar—. ¿Tienes frío?

—No.

Pedro la miró con atención y notó que parecía incómoda pero, ¿por qué? Se preguntó con mucha curiosidad Estaba claro que él no había hecho nada para que ella se apartara de él, y aquello era lo que ella estaba haciendo, apartándose de él. Aquello lo enfadó mucho, no quería que ella le ocultara sus sentimientos.

Se acercó a ella despacio, para no asustarla, y acarició con el dedo su labio inferior y sintió cómo ella tomaba aire. También pudo notar cómo todo el cuerpo de ella temblaba y se sintió aún más atraído por ella. Pedro decidió que no la besaría hasta que no supiera que ella lo deseaba con toda su alma.

—Debes estar cansada —le dijo mientras seguía acariciando sus labios.

Se puso tenso al notar cómo todo su cuerpo le pedía que se acercara aún más y la besara, que probara aquellos labios que estaba acariciando con el dedo. La miró fijamente y se perdió en aquellos intensos ojos marrones.

—Creo que me acostaré un rato —susurró ella.

Pedro la oyó decir aquello y se tuvo que obligar a apartarse.

—Buenas noches —dijo él mientras se giraba y se dirigía al salón.

Paula observó cómo se alejaba e intentó calmarse un poco ¿Por qué la había tocado? ¿Y qué quería decir? ¿Acaso él estaba tocándola para complacerla? Quizá lo había hecho sin ninguna intención, quizá era una caricia inocente como la que se da a los niños.

Paula  suspiró y se dirigió hacía su habitación. Él no podía estar interesado en una persona como ella. Ella sabía por las revistas de mujeres y por lo que le contaban sus amigas que cuando a un hombre le interesaba una mujer intentaba hacer algo, no tocaban sin intención, tocaban para poder llegar a acostarse con ellas. Y Pedro no lo había hecho con aquella intención.

Cerró la puerta de su habitación. Se negaba a sentirse derrotada, sólo porque aún no hubiera conseguido que Pedro la viera como una mujer sensual no quería decir que no pudiera llegar a lograrlo.

Se miró en el espejo y se preguntó cómo podría lograr algo así si no tenía ninguna de las características que socialmente se contemplaban como atractivas. Era demasiado alta y delgada, sus pechos demasiado pequeños y su cara nada del otro mundo.

Se apartó del espejo. Tenía que haber alguna forma, muchas mujeres parecidas a ella tenían novios. Tenían que haber encontrado una manera de parecer atractivas y si lo había conseguido ella también. Iba a conseguir que Pedro Alfonso la viera como una mujer.

—¿Paula? —le dijo Pedro de repente desde el otro lado de la puerta—. ¿Estás acostada ya?

Paula se giró ¿Qué querría? ¿Acaso acababa de darse cuenta de que quería darle un beso de buenas noches? Sintió una gran emoción antes de que su sentido común le dijera que aquello no era posible.

No sabía qué quería Pedro pero estaba segura de que no había acudido por un irrefrenable deseo, un deseo que había aparecido en tan sólo cinco minutos. Deseaba que fuera así pero sabía que no era probable.

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