miércoles, 6 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 12

Paula abrió los ojos y vio una pared de color mostaza. Frunció el ceño y se preguntó en qué tipo de hotel pintarían una pared de aquel color.

De repente se dió cuenta de dónde estaba ¡Estaba en la casa de Pedro Alfonso! Suspiró al ver que la silla que había puesto contra la puerta no se había movido ni un centímetro. Después de los comentarios de la camarera y del sheriff, estaba casi segura de que podía fiarse de Pedro, pero le agradaba comprobar que no se había equivocado. Sobre todo después de averiguar que había ciertas personas a las que había juzgado muy a la ligera.

Había dejado su reloj sobre la mesita y se lo puso.

Eran las ocho y cuarto ¿Sería temprano o tarde? Frunció el ceño, no sabía qué tipo de horario solía tener una ama de casa, aunque sospechaba que Pedro Alfonso tampoco lo sabía.

Al recordar la imagen de aquel hombre tan atractivo, Paula se sonrojó, era un hombre peligroso...

Aunque ella no necesitaba ningún hombre, una relación era una complicación innecesaria. No tenía ni tiempo ni fuerzas como para afrontar algo así. Tenía que estar de vuelta en Illinois el diecisiete de enero. Pero hasta aquel momento estaba libre, libre para aprender aquellas cosas que sus amigas parecían saber de forma innata.

Además ya era hora de que ella experimentara un poco, pensó mientras recogía su ropa interior del radiador dónde la había dejado para que se secara tras lavarla en el lavabo la noche anterior.

No había tenido demasiadas citas durante los últimos cuatro años, la verdad era que nunca había tenido demasiada vida social.

Una sensación agradable le recorrió el cuerpo al pensar en poder experimentar con Pedro.

Paula hizo una mueca mientras se ponía la ropa interior, estaba fría y algo húmeda aún. Lo primero que tenía que hacer era comprar algo de ropa.

Terminó de vestirse y salió de la habitación. Una vez fuera se paró para escuchar. Había un gran silencio. O Pedro era una persona muy silenciosa o aún no se había levantado.

Paula se dió cuenta de que ya estaba levantado al entrar en la cocina y verlo de pie junto a la cocina, mirando por la ventana hacia el jardín.

No pudo evitar fijarse en lo anchas que eran sus espaldas, en sus fuertes brazos, en aquellas estrechas caderas y las musculosas piernas... Era tan alto, tan imponente, un escalofrío recorrió su espalda al imaginarse la sensación que le provocaría tocarlo, bailar entre sus brazos...

—Buenos días —dijo ella.

Él se giró sorprendido como si no se esperara que hubiera nadie en la casa.

A Paula le costó disimular la decepción que sintió al notar que en lugar de estar esperando que ella se levantara, parecía haberse olvidado de su presencia. Y pensar que había colocado una silla en la puerta por si intentaba entrar... Por una vez quería que un hombre la mirara y sintiera un irresistible y primitivo deseo por ella... Sólo por una vez. Pero en su lugar tenía a un hombre que perecía estar tratando de recordar quién era ella.

Pedro la miró fijamente, el repentino deseo que había sentido al verla aparecer había resultado inesperado. Se quedó mirando la suavidad del pelo castaño de Paula y sintió ganas de acariciarlo, de oler aquella dulce fragancia que recordaba de la noche anterior.

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