lunes, 4 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 9

Normalmente, Pedro no conseguía que las mujeres se callasen, pero cuando encontraba a una que le parecía interesante no era capaz de conseguir que hablara.

—¿Dónde vives? —le preguntó Paula mientras se alejaban de la ciudad.

—A un par de kilómetros de la ciudad, es una casa de campo que construyó mi tatarabuelo y mis padres me la regalaron.

—¿Ah, sí? —dijo Paula intrigada.

Pedro Alfonso parecía un hombre educado y culto. Ella se sonrojó al recordar la manera en que le había salvado del hombre del bar, estaba claro que no había tenido ganas de hacerlo, que se había sentido obligado a intervenir.

También parecía una persona que no aguantaba bien a los pesados y aquello era difícil de llevar en una oficina o en una fábrica, ella había tenido experiencia en el tema, donde uno siempre se encontraba a alguien así. Quizá se había peleado con alguien.

Pero Pedro no dió más detalles y Paula intentó controlar la curiosidad que sentía. No tenía ningún derecho a preguntarle sobre algo de lo que estaba claro no quería hablar.

Paula se movió incómoda, de repente se había dado cuenta de algo.

—¿Qué pasa?— Le preguntó Pedro preocupado.

—No tengo ropa.

Pedro agarró el volante con fuerza, acababa de imaginarse a Paula desnuda sobre su cama, era una imagen tentadora. Tomó aire mientras apartaba aquella idea de la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que he dicho, no sé por qué no me he acordado hasta ahora, pero toda mi ropa estaba en el coche. Lo único que tengo es lo que llevo puesto, no tengo camisón.

Pedro pensó en dar la vuelta e ira a una tienda a comprar uno, pero era muy tarde y nada estaba abierto ya. Él mismo se lo hubiera comprado. Un camisón de seda de color rosa, cortito y de tirantes... Para poder ver sus piernas y sus hombros desnudos.

—¿Hay algún sitio donde pueda comprar algo de ropa? —preguntó Paula mientras miraba el bosque que atravesaban en aquellos momentos con desesperación.

—Lo más cercano es Vinton, y está a treinta y dos kilómetros de aquí. Las tiendas aquí cierran a las cinco, te llevaré a Vinton mañana por la mañana y te compraré algo de ropa.

—Llévame si quieres, pero yo pagaré la ropa —dijo ella con firmeza— Sigo teniendo mi tarjeta de crédito.

—Será como un adelanto salarial.

Paula pensó que con aquel comentario él dejaba claro que podía pagarla perfectamente.

—Quería hablarte sobre el trabajo...

—Ahora no puedes echarte atrás —le dijo él. De repente la idea de que ella cambiara de opinión lo asustaba.

—¡No voy a echarme atrás! Sólo quería decirte que preferiría que en lugar de pagarme un sueldo llegáramos a un acuerdo.

—¿Un acuerdo? —preguntó él intrigado.

—Yo me encargaré de las labores de la casa y a cambio tú me darás comida y alojamiento.

Pedro  apretó los dientes. Estaba claro que ella ya estaba pensando en marcharse lo antes posible ¿Adonde querría llegar con tanta prisa? ¿O con quién? Aquel pensamiento le provocó una emoción que no quiso analizar.

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