domingo, 3 de abril de 2016

La Impostora: Capítulo 84

—Lo seremos, te lo prometo. Dedicaré toda mi vida a intentarlo.

Pedro  la besó con una solemnidad que le llegó al alma.

—Ven —susurró él, tomándola de la mano.

Se tumbaron en la alfombra y se acariciaron suave y lentamente. La pasión llegaría más tarde. Ahora necesitaban reafirmar la profundidad de sus sentimientos.

Para Pau era como volver a nacer. Se quitaron la ropa y con cada caricia se adoraron borrando los recuerdos amargos. Conocer su vulnerabilidad los hacía ser cuidadosos porque lo que compartían era algo tan hermoso que no tenía precio.

Esa vez reconstruyeron su amor sobre bases más sólidas, descubriendo un nuevo mundo de emociones. Y cuando la pasión empezó a despertarse, no se ahogaron en ella sino que la controlaron de forma que los llevara más alto de lo que lo había hecho nunca. Sólo entonces se convirtieron en uno solo, cabalgando la tormenta y sujetándose fuertemente uno al otro. Se dejaron ahogar por ella, murieron un poco y emergieron, limpios y purificados por el poder de su amor.

Más tarde, Pedro la miró a los ojos, acariciando suavemente con una mano el vientre de ella.

—Sabes que no hemos usado ninguna protección —bromeó él.

—No era una de mis preocupaciones —dijo suspirando—. No creo que pase nada.

— ¿Te importaría que pasara? —preguntó besándola en el cuello.

—No. Quiero tener hijos —contestó entrelazando sus dedos.

Él apoyó su cabeza en la de ella.

—Estupendo, porque hay una cosa que no te he dicho.

— ¿Ah, sí? —preguntó ella demasiado felíz, demasiado emocionada para hablar.

—En mi familia también hay gemelos.

— ¿En serio?

—Sí. Mi padre tenía un gemelo, pero murió hace años y tengo primos gemelos a los que aún no has conocido.

— ¿Gemelos idénticos?

Pedro sonrió.

—Como dos gotas de agua.

Ella calló unos segundos.

— ¿Y se llevan bien?

—Son inseparables.

—Eso debe de ser muy bonito —suspiró. Algo en su voz hizo que Pedro levantara la cabeza para mirarla.

— ¿Es que tú no lo sabes?

—Ya te dije que nunca me he llevado bien con mi hermana. Para Mica habría sido mejor que yo no existiera. Siempre me ha visto como una rival, alguien que se lleva la atención que ella quiere sólo para sí misma. Yo siempre quise compartir las cosas con ella, pero ella no quería.

—Lo siento mucho, cariño —Pedro dijo apretándola entre sus brazos—. Me alegro de haberme casado contigo y no con ella.

— ¿Aunque yo te engañara para ello?

—Pensándolo fríamente, a mi ego le sienta bien saber que harías cualquier cosa para conseguirme —dijo sonriendo.

— ¿Quieres decir que tú, un abogado, perdonas la mentira y la trampa?

—Sólo a tí. Si la mentira es para meterte en mi cama, puedes hacerlo cuando quieras.

— ¿Me está haciendo proposiciones deshonestas, señor letrado?

Los ojos miel brillaron y ella reconoció su amor.

— ¿Estaría interesada, señora letrada?

Pau entrecerró los ojos, coqueta.

— ¿Qué clase de trato me está ofreciendo?

—Lo siento, no hay trato. Esto es una cadena perpetua. ¿Cree que podrá soportarlo?

—Creo que tendré que declararme culpable.

— ¿De qué?

Pau acercó su cara a la de él hasta que sus labios se rozaron.

—De amor en primer grado —suspiró besándolo.

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